En fin.
Muchas cosas han cambiado desde que empezó este baile. Sobre todo, creo que he cambiado yo, y muchas de las circunstancias que danzan a mi alrededor. Otras, en cambio, siguen estando como estaban, pero tampoco me preocupa. Estoy dejando de moverme, estoy empezando a entender que tener los dos pies en la misma orilla del río puede ser algo bueno, de momento. Por primera vez, creo que he aprendido a no huir cuando no puedo continuar, sino a detenerme en seco y manejar los pellizcos que me quedan. Poner todo lo que esté en mi mano bajo control, en vez de abandonarlo todo y salir corriendo. Y es duro. Muy duro. Y duele, y da miedo. Mucho miedo. Pero creo que, esta vez, ha merecido la pena.
Estoy mejor de lo que estaba hace un año, sin lugar a duda. Estoy en un punto muchísimo más sano conmigo misma, con lo que me rodea, con quien soy y con lo que puedo ofrecer. Esto no quiere decir que esté bien del todo, ni mucho menos, y queda mucho camino por andar; pero si vuelvo la vista atrás, y pienso en este mismo día, esta misma tarde, hace un año, no puedo reconocer a quien me devuelve la mirada. Miento, sí que la reconozco, sí que la comprendo, sí que sé por lo que está pasando; pero ahora sé cómo salir de ahí. Tampoco estoy siendo sincera del todo: no sé cómo salir de ahí, sé que puedo hacerlo. Y eso es aún más importante. He sacado valor de donde no quedaba nada más que temblores y grietas, he sabido cerrar las ventanas y empezar a empaquetar lo que no necesitaba para dejarlo fuera. He reprimido la rabia de dejar todas mis pertenencias y subir al último avión que quedaba, y he cambiado el agua de las flores. Y ahí están, poco a poco, parecen que están volviendo a salir los brotes. Hay días que estoy convencida de que son simplemente imaginaciones mías, y que el tiesto está igual de muerto que hace dos años; pero en cambio, hay otros días en los que, aunque no haya sol fuera, aunque no haya viento, los veo sin mirar. Porque están ahí, aunque solo estén ahí para mí.
Después de este año, tengo claro que no sirve de nada planear, ni hacer propósitos de año nuevo, ni soñar despierta. Lo único que tengo asegurado es ahora, y puedo idear mañana. Pero poco más. Ojo, no estoy diciendo que no pueda imaginar futuros hipotéticos; únicamente que ahora sé que son lo que son, solamente ilusiones. Así que, para este próximo año, lo único que quiero hacer y para lo único que me voy a preparar, es para seguir cuidándome. Cuidarme para poder cuidaros y para poder seguir cuidándome. Tengo fe, tengo esperanza en saber que hacer los días de niebla cerrada y nubarrones sobre las chimeneas; en vez de desear que desaparezcan de una vez por todas. Porque eso es irreal, porque nada está bien y eso está bien. Porque es como tienen que ser las cosas.
No soy feliz. Soy más feliz de lo que he sido en mucho tiempo, pero menos de lo que he sido hace mucho más tiempo. Y sé que puedo serlo más, y sé que puedo serlo mejor de lo que lo he sido. Porque ahora soy consciente de lo que eso significa, o al menos tengo una pequeña idea de ello. Sé que no existe el circulo completo, ni los historiales perfectos. Y que las aristas de los nudillos están ahí por algo, y que si los escuchas con cuidado puedes comprender relatos incompletos que anuncian detalles dormidos. Sé que es tener pasión, y sé que es perderla. Sé que es lo que quiero en mi vida, y que es lo que tengo que soportar porque no puedo (todavía) desprenderme de ello. Sé que es lo que arrastro, y sé hasta donde quiero llegar con ello. Sé lo que retumba y lo diferencio de lo que resuena.
Sé muchas más cosas que el año pasado, y he dejado de aprender tanto. Soy más selectiva, eso sin duda. Y respiro mejor. Muchísimo mejor.
Al fin.