jueves, 31 de diciembre de 2020

 

En fin.

Muchas cosas han cambiado desde que empezó este baile. Sobre todo, creo que he cambiado yo, y muchas de las circunstancias que danzan a mi alrededor. Otras, en cambio, siguen estando como estaban, pero tampoco me preocupa. Estoy dejando de moverme, estoy empezando a entender que tener los dos pies en la misma orilla del río puede ser algo bueno, de momento. Por primera vez, creo que he aprendido a no huir cuando no puedo continuar, sino a detenerme en seco y manejar los pellizcos que me quedan. Poner todo lo que esté en mi mano bajo control, en vez de abandonarlo todo y salir corriendo. Y es duro. Muy duro. Y duele, y da miedo. Mucho miedo. Pero creo que, esta vez, ha merecido la pena.

Estoy mejor de lo que estaba hace un año, sin lugar a duda. Estoy en un punto muchísimo más sano conmigo misma, con lo que me rodea, con quien soy y con lo que puedo ofrecer. Esto no quiere decir que esté bien del todo, ni mucho menos, y queda mucho camino por andar; pero si vuelvo la vista atrás, y pienso en este mismo día, esta misma tarde, hace un año, no puedo reconocer a quien me devuelve la mirada. Miento, sí que la reconozco, sí que la comprendo, sí que sé por lo que está pasando; pero ahora sé cómo salir de ahí. Tampoco estoy siendo sincera del todo: no sé cómo salir de ahí, sé que puedo hacerlo. Y eso es aún más importante. He sacado valor de donde no quedaba nada más que temblores y grietas, he sabido cerrar las ventanas y empezar a empaquetar lo que no necesitaba para dejarlo fuera. He reprimido la rabia de dejar todas mis pertenencias y subir al último avión que quedaba, y he cambiado el agua de las flores. Y ahí están, poco a poco, parecen que están volviendo a salir los brotes. Hay días que estoy convencida de que son simplemente imaginaciones mías, y que el tiesto está igual de muerto que hace dos años; pero en cambio, hay otros días en los que, aunque no haya sol fuera, aunque no haya viento, los veo sin mirar. Porque están ahí, aunque solo estén ahí para mí.


Después de este año, tengo claro que no sirve de nada planear, ni hacer propósitos de año nuevo, ni soñar despierta. Lo único que tengo asegurado es ahora, y puedo idear mañana. Pero poco más. Ojo, no estoy diciendo que no pueda imaginar futuros hipotéticos; únicamente que ahora sé que son lo que son, solamente ilusiones. Así que, para este próximo año, lo único que quiero hacer y para lo único que me voy a preparar, es para seguir cuidándome. Cuidarme para poder cuidaros y para poder seguir cuidándome. Tengo fe, tengo esperanza en saber que hacer los días de niebla cerrada y nubarrones sobre las chimeneas; en vez de desear que desaparezcan de una vez por todas. Porque eso es irreal, porque nada está bien y eso está bien. Porque es como tienen que ser las cosas. 

No soy feliz. Soy más feliz de lo que he sido en mucho tiempo, pero menos de lo que he sido hace mucho más tiempo. Y sé que puedo serlo más, y sé que puedo serlo mejor de lo que lo he sido. Porque ahora soy consciente de lo que eso significa, o al menos tengo una pequeña idea de ello. Sé que no existe el circulo completo, ni los historiales perfectos. Y que las aristas de los nudillos están ahí por algo, y que si los escuchas con cuidado puedes comprender relatos incompletos que anuncian detalles dormidos. Sé que es tener pasión, y sé que es perderla. Sé que es lo que quiero en mi vida, y que es lo que tengo que soportar porque no puedo (todavía) desprenderme de ello. Sé que es lo que arrastro, y sé hasta donde quiero llegar con ello. Sé lo que retumba y lo diferencio de lo que resuena. 

Sé muchas más cosas que el año pasado, y he dejado de aprender tanto. Soy más selectiva, eso sin duda. Y respiro mejor. Muchísimo mejor.

Al fin.

jueves, 17 de septiembre de 2020

 


Yo no me voy de las personas ni de los lugares, yo huyo de ellos. Acabo agrietándolos, retorciéndolos y destrozándolos hasta que no me queda más remedio que odiarlos, y sentirme esclava del reloj y de las calles, de los silencios y de las muchedumbres; y huir. Porque no soy capaz de asumir que un ciclo ha terminado, que necesito moverme y alejarme por mí misma, que lo que busco es un motivo. Una salida de emergencia. Que me den la razón. Darme la razón. Y sentir que yo no he tenido la culpa, que la caja se ha quedado pequeña, que he sido yo quien se ha sacrificado. Si, puedo haberme sacrificado y haber sido la que se ha marchado porque no podía aguantar más las llamas en los tobillos, pero tengo que darme cuenta de que he sido yo quien lo ha empapado todo con gasolina y ha prendido la cerilla. 

Y es duro verse repitiendo los patrones. Es difícil mirarse al espejo, sin poder respirar, sin dormir, fustigándote los sentimientos día tras día, haciendo tergiversarse tu propia realidad por el mísero hecho de que no eres capaz de afrontarte a ti misma. Que esta evocando lo que hay en tus entrañas en una ciudad, en una persona, en un sentimiento, en un sofá. Para poder abandonarlo a su suerte y no tener que enfrentarte a lo que realmente es el problema. Para posponerlo unos años más. Para seguir pensando que es el resto los que luchan contra ti, los que no te escuchan, los que te hacen daño. Que tú estás bien, estás a flote, has sobrevivido. Pero has sobrevivido a lo que tú misma te has hecho por no querer admitir que te has quedado sin escusas.

No sé cómo parar. Porque nunca he sido capaz de salir de este círculo. Después de huir, me creo que he mejorado, que todo lo malo ha quedado atrás (cuando, en realidad, lo cargo a las espaldas), y que he aprendido la lección. Que la próxima vez, no será igual. Que he madurado. Que sé lo que quiero. Y empiezo a coger carrerilla. Primero al caminando rápido, luego al trote, luego corriendo, más y más, sin parar, sin dejar que las punzadas en las costillas me frenen, hasta sentir que casi puedo volar. Más y más. Hasta que ya no puedo parar. Y el hostión resuena en mis sienes. Y vuelvo a recoger mis lápices y salgo huyendo. Y en estas historias, yo soy la mala, y lo asumo y lo escondo para seguir reafirmándolo. Pero nunca le planto cara. Porque cuando lo intento, peor se vuelve todo. Porque cuando soy capaz de intentar cuestionarme que es lo que estoy haciendo, ya ha empezado a arder el sofá. Y no puedo quedarme ahí, luchando contra mi misma, cuando empieza a hacerse difícil respirar, cuando ya no quedan fotos que mirar. Y mientras me debato entre salir corriendo o seguir gritando al espejo, aprovecho para avivar más el fuego. No vaya a ser que siga dudando. No vaya a ser que esta vez no me escape de esta conversación. No vaya a ser. No vaya a ser que por fin lo asuma.

Pero es cierto que estallo. Es cierto que me consumo. Es cierto que me ahogo en sueño y me asfixio al pensar. Todos y cada uno de mis sentimientos son reales. Y todos y cada uno de ellos me los he provocado yo. 


Porque lo más tóxico que hay en mi vida,

Lo que no me deja ser quien creo que soy,

Lo que me hace huir y correr y seguir escapando,

Soy yo.

sábado, 29 de agosto de 2020

 

Soy un desastre natural. Me atrae todo lo que no debería y no me conformo con las cosas que me sientan bien. Porque siempre necesito más, siempre pido más, siempre me imagino un mundo espejo en el que todo es mejor, más brillante, más feliz. Y esto no es así, y está bien que no sea así. Porque esto me permite seguir luchando, seguir teniendo algo por lo que continuar y levantarme, seguir sintiendo e intentándolo. Pero estaría bien comenzar a tomar las buenas decisiones porque es lo que quiero, no lo que me conviene. 

Porque me gusta quien soy en público, cuando las convicciones sociales se imponen; pero adoro como soy en la intimidad, en la verdadera intimidad, cuando solo estoy yo conmigo misma. Esos momentos son los mejores que tengo, en lo que realmente me siento empoderada y soy feliz. Aprender a estar cómoda (no solo cómoda, sino lo mejor que tengo) conmigo misma, no ha sido un camino fácil, y no creo tampoco que lo haya conseguido del todo. Pero en el punto en el que estoy, es un punto increíblemente bueno. Porque sigo siendo un puñetero desastre. Cuando estoy sola, no hay normas. No hay tiempos ni obligaciones. Es como si todo fluyera, dando igual que es lo que queda sin hacer, que es lo que falta, que es lo que espero de mí misma. Sigo siendo un desastre, y ese es el punto de conexión que me queda de cuando todo iba mal, pero todo estaba bien. Necesito tener esa pequeña dosis de sentir que me ahogo para poder continuar, tener el poder de tomar la mala mano de cartas y asumirlo. Tener el control de las cosas que me hacen menos ideal, pero que me hacen quien soy y el carácter que sale cuando todo se viene abajo. Estoy reconectando con lo que fui de tal manera, que solo puedo hacer que sentirme orgullosa. Y eso, viniendo de mí, son palabras mayores.

Porque está bien parar de girar, tomar aire y expulsar lo que sea que has decidido hacer esa noche. Está bien fallar, dejarte fallar, fallar siendo consciente de lo que estás haciendo. Está bien tener vergüenza, siempre y cuando la abraces y aceptes como tal. Está bien ser un desastre. Y lo soy, y no pasa nada. Me encanta serlo, y eso es lo más maravilloso que puedo decir por ahora. Porque todo está cambiando a pasos agigantados, y estoy llevando el timón en mitad del oleaje. Y soy capaz de hacerlo porque ya he tocado fondo, ya lo he perdido todo, ya me he rasgado las cremalleras y no me queda nada más que paciencia para seguir adelante. Y lo que me ha permitido volver a caminar erguida y desnuda es que nada tiene sentido, y he dejado de buscarlo. 

Debería dejarlo todo, pero no soy capaz. Me gusta demasiado esta situación, estar así, tener el control y dejarlo marchar para poder volver a recuperarlo. Que nada tenga sentido y ser capaz de apreciarlo. Porque, de tenerlo, tendríamos que vivir con las consecuencias de ello. Simplemente, lo que estoy intentando explicar es que todo esto es ridículo, pero seguimos con la demolición ahora que ya tenemos los cimientos preparados. No nos estamos moviendo a pasos agigantados como tenía pensado, porque soy yo misma quien lo está impidiendo, pero no pasa nada. Es como es y lo único que me queda es ser capaz de disfrutarlo todo.

Absolutamente todo.

martes, 14 de julio de 2020


Me están yendo las cosas bien y me está gustando sentirme así.

Pero tengo miedo a que esto termine. Me da miedo volver a hace unos meses, a la oscuridad y el frío, al temblar y a los azulejos del baño. A ser pequeña y querer serlo más para tener menos ángulos punzables, y dormir con uno ojo abierto y, de hacerlo, despertarme envuelta en sudores. A romperme al respirar, a ir de cuclillas a todos los lados, a desaparecer entre el vaho y ser este el único sitio en el que realmente sentirme cómoda. O algo menos incómoda. A querer huir como hacía casi una década, a sentir los latidos de peligro en los lóbulos de las orejas, a ahogarme cada vez que recuperaba la consciencia. Me da mucho miedo volver a ser ella. Me da mucho miedo volver a perder el control.

Y es injusto vivir con miedo. Y da mucha pena. Porque realmente están pasando cosas buenas, y debería estarlo disfrutando, exprimiendo todos estos momentos, aprovechar y coger carrerilla, dejar que el aire me desenrede las mejillas y no pensar tanto. Pero no puedo, porque tengo miedo, y de pensarlo me tiemblan las rodillas. Y estoy conteniendo el aire, intentando bajar las pulsaciones, aferrarme a la convicción de que ya está, que ha pasado el temporal, que estoy en la costa y no hay peligro, aunque no puedo permitirme bajar la guardia. Nunca. Nunca hay que bajar la guardia. Pero al menos puedo guardar el machete de vez en cuando, permitirme subir la colina y respirar profundamente. Pero ahí, en esos momentos en los que creo que puedo tocar las antenas con la punta de los dedos, aparece el recuerdo de los dientes en los tobillos. Y todo se vuelve negro por un instante. 
Pero estoy aprendiendo a convivir con ello. A bajar los deciverios, a escuchar lo que me dice el esternón, y actuar en consecuencia. Pensaba que era fuerte, pero no sabía que era tan débil. Y vi que era débil y descubrí que soy fuerte. Y así estoy. Soy un ciclo que da muchas vueltas intentando buscar el principio o el fin, sin entender que son lo mismo y que lo único que tengo que hacer es seguir girando hasta encontrar la esquina. Lo único que me queda es asumir, focalizar, respirar y disfrutar. Que puede que sea lo más complicado.

Estoy muy orgullosa de haber llegado a este punto, y es la primera vez que realmente me siento así conmigo misma, de manera honesta. Hay cosas por mejorar, por supuesto, porque no puedo seguir corriendo a esta velocidad durante mucho más tiempo, y tengo que aterrizar de manera segura. Está llegando el momento y creo que estoy preparada, porque la venda ha caído por fin y soy capaz de usar ambos pies sin tropezar. 
Sin ponerme la zancadilla, más bien, que ya he aprendido a saltarme. 

Tengo la sensación de haberme salvado a mi misma, y la tengo de verdad. Y ya era hora de que me hiciera valer ante mí, de plantarme cara, de mandarme callar y escuchar la otra versión. Porque lo peor y lo mejor de mi soy yo, y puede, solo puede, que esté aprendiendo a controlarlo.
Y ya era hora.

miércoles, 1 de julio de 2020


Poco hablo de lo que me gusta estar sola. 

Últimamente, cada vez que lo estoy, lo valoro más. No sé si es porque no puedo muy amenudo, si me estoy volviendo más solitaria, o si necesito retomar viejos hábitos. No sé si es algo que me pido a mi misma, que me consiento, que disfruto, o que anhelo. Lo único que tengo claro, es que cada vez me gusta más, y cada vez lo necesito más. Se está volviendo adictivo, esencial, imprescindible. Basta que sean unos pocas horas, y por poco que sea, me renuevo. Es respirar, es callar las voces, es consumar lo que llevo necesitando durante semanas en unos instantes. Es hacer todo simple de la manera más facil posible.

Y me gusta disfutrarlo tanto. Me gustar reconectar conmigo misma de esta manera tan sana y tan natural. Aunque no sea productiva, aunque no haga nada más que estar en silencio, o aunque sea escandalosa y deje que se entere todo el mundo. Es volver atrás, pero cogiendo únicamente todo lo bueno y adaptándolo a todo lo bueno que tengo ahora mismo. Creo que es madurar a mi propia manera, aunque no croe que esto sea una manera original de hacerlo, pero tampoco importan. Es no competir con nada ni con nadie durante un ratito. Respirar, recargar, dejarme llevar para volver a coger energía. Energía de la buena, de la necesaria. 
Supongo que esto va por etapas. Que a veces necesito gente para esto, y detesto estar conmigo misma, proque no me agunto, porque soy la persona que más me juzga, y no necesito más presión. Pero cuando fuera es un campo de batalla, oh si. Cuando eso sucede, y estoy cómoda y poderosa en ese ambiente, volver a casa siendo yo misma es lo mejor que hay. Y encontrar silencio, calma, incienso, ventanas y tendales. Vuelvo a 2013 y a 2017 en un parpaedo. Pero a los buenos momentos de esas etapas. Porque al final, mis buenas rachas siempre me acaban llevando al mismo punto, y es entonces cuando tengo que aprovecharlas. Puede que esté creciendo a mi propia manera a cada paso, a cada año, y que estos momentos sean la reafirmación de que se están haciendo las cosas bien. Que está saliendo todo, que puedo aflojar un poco el ritmo y la soga conmigo. Que he conseguido superarlo y superarme, y que estoy bien. Dentro de lo que cabe. 

Estoy aprendiendo a perdonarme. A aceptar que soy así, que tengo muchas más cosas buenas y que merecen la pena que malas, incluso en los peores momentos. Que puedo sacarlo todo y que aunque me pierda un poco, aunque vuelva a puntos semioscuros, sé como salir de ellos. Y que puedo permitirme estar ahí si lo necesito, que no pasa nada, que nadie va a juzgar, y que si lo hacen no es mi problema. Que estoy rodeada de quien quiero, y quien quiere quedarse. Pero que al final, tengo yo y únicamente yo la última palabra. 
Y no necesito nada más.
La verdad.

Y que paz, y que tranquilidad, y que bueno encontrar el máximo de todo ello en mi misma y en mi soledad. Que bueno es poder escogerla y priorizarme. 

Que bueno poder estar, por fin, conmigo misma.

sábado, 30 de mayo de 2020


¿Sabéis qué sentís cuando os encontráis bien?

Porque yo no. Yo no lo sabía y sigo sin saberlo, pero ahora sé que no lo sabía. Siempre ha habido algo que está mal y que no me deja ser del todo, ni estar presente del todo. No sé si es una cualidad o algo que puedo cambiar, pero tampoco entiendo que he de cambiar. Pero sé que nunca estoy del todo, y no sé qué es estar, ni vivir el presente, ni disfrutar el momento. Porque estoy, al mismo tiempo, en dos realidades paralelas.

Me absorbo y encierro en una burbuja a la mínima que pierdo la atención completa en algo, y tengo una facilidad pasmosa para ello. Desconecto, me ocupo de otras cosas, que enlazo con otras. Dejo de ver y de oír, de sentir, de oler, de respirar el mismo calor que la gente que me rodea. Sé que mi cuerpo sigue estando donde está, pero yo no estoy allí, ni tampoco estoy en ningún sitio. Simplemente, existo porque sé que sigo haciéndolo, pero no sé en donde, ni la razón de ello. Así que he llegado a la conclusión de que no sé qué siento, ni por qué. Pero esto no es algo nuevo.

Lo que es novedad es que está claro que, sin poner los pies en el suelo, de ser consciente de todo lo que me rodea día a día, de tener el control sobre ello, es imposible ser feliz. Porque siempre, en todo momento, me va a estar rondando algún problema, algo que está fuera de lugar, algo que puedo mejorar o hacer mejor o cambiar o destruir o huir. Y que no hago, porque tengo que estar aquí y ahora, pero no quiero. Y es un constante tira y afloja que llevo ignorando veinticinco años, fustigándome porque no soy feliz, porque no valoro lo que tengo, porque no disfruto con quien soy. Pero la realidad es que no puedo hacerlo, y ya está.
Así que, si esto es lo que me ha tocado vivir, tendré que aceptarlo y aprender a vivir con ello. Yo no estoy bien o estoy mal; yo estoy mejor o estoy peor que el día anterior, o que la semana pasada, o que hace dos años. Estoy más o menos hundida, más o menos tranquila, más o menos con la ansiedad por las nubes y sin control. Pero no estoy bien. Jamás voy a estar bien. Porque jamás voy a tener el control sobre todo, la cabeza tranquila y despejada, la angustia fuera del pecho. Es imposible, pero es mi realidad. Y es como soy. Y no hay más. 

He de decir que estoy mejor. Leo lo que escribía hace unos meses, hace un año, y no puedo sentirme identificada, así que asumo que estoy haciendo las cosas bien. Cada vez tengo menos miedo, cada vez me derrumbo menos, cada vez tengo más el control sobre las cosas que me importan y no permito que se queden con lo que es mío. Cada vez vuelvo a ser más quien fui, y estoy contenta con ello. Estoy satisfecha. Estoy algo más tranquila y sonrío cada vez más. Hablo más, salgo más de casa, disfruto más. A veces, soy capaz de estar presente del todo. Tengo más claro que es lo que falla en mi vida, que es lo que necesito cambiar, y que es lo que estoy haciendo. Estoy tomando las riendas de lo que dejé ir  hace mucho, y estoy orgullosa. Estoy volviendo, estoy recogiéndome y cuidándome, aunque no lo suficiente. Sigo trabajando en ello. Pero ahí estoy.

No estoy en el mejor de los momentos, pero tampoco estoy en el peor, así que lo contaremos como victoria por ahora. 

domingo, 12 de abril de 2020


Mañana vuelvo, y tengo miedo.
No estoy preparada, no estoy lista, se me acelera el pulso y se me nublan los ojos. No soy capaz de aclararme la garganta y entonces, ¿cómo voy a ser capaz de hablar por mí misma? De explicar lo que quiero hacer, en lo que puedo contribuir. Tengo miedo, y sé de dónde viene este miedo.

Viene del fallo. De su voz resonando en mi cabeza en bucle, diciéndome que está decepcionada, que soy un error, que no debería haberme ido de donde me fui -donde todo ahora parece más fácil-, que me he equivocado. Que no sirvo para esto, que soy un fraude, que todo es mentira. Que me sujeto de dos patas muy finas y que nunca he sido buena haciendo equilibrios. Y mientras oigo todo eso, una y otra vez, se me inunda el pecho, la presión aumenta, comienzo a ahogarme, a temblar, a perder el sentido. Y solo quiero asentir, cerrar los ojos y esperar que todo pase rápido. Solo quiero pasar desapercibida para no recibir un golpe más. 
Viene de ponerme siempre en lo peor. De perder el control, de no saber respirar tras exhalar, de tener confianza en mí y en lo que hago. Porque me he perdido y, aunque llevo mucho tiempo diciendo que debo reencontrarme, ser capaz de componerme y de levantarme. Pero mantengo mi palabra durante un par de días, y vuelvo a caer. Y sigo en esta espiral girando sin control. Y no sé cómo parar, no sé cómo volver a ser yo. No sé cómo levantarme y ser fuerte, no se apretar los dientes. Y se nota a leguas que no puedo más. Que me conformo. Que no soy feliz. Y todo es porque puede que en su día me deconstruyera y me destruyera para volverme a construir, pero lo dejé a medio camino y me sumí en este sin vivir de ideas y venidas sin sentido que parece no terminar. Y ahí estoy, en mitad de la nada, sin ser del todo, pero sin dejar de serlo, perdiéndome aún más día a día, y luchando para no hacerlo del todo. Y no puedo más.

Tampoco sé que hacer. Me consumo reviviendo recuerdos de la última época que considero feliz del todo y no consigo más que hacerme daño, que perderme en historias terminadas y en momentos cortados que se me clavan en las costillas. Y vuelvo a quedarme sin aliento y a arrastrarme por el suelo polvoriento buscando ayuda. También he vuelto a intentar escribir, y a leer, y a escuchar música, pero todo ello no hace más que devolverme a lugares que hace demasiado tiempo que no visito, y que solo me traen buenas imágenes y culpa arraigada por haberme permitido perder lo que tenía. 
Porque donde estoy ahora, me siento encerrada. Siento que es un castigo, que solo tengo que aguantar un poco más para poder salir de aquí. En otro momento, cogería maleta y huiría a la estación más cercana, pero no puedo hacerlo. Porque tengo miedo, porque soy una cobarde. No puedo huir, y solo puedo esperar a que pase, y continuar en este sin vivir. Dando vueltas, consumiéndome, sufriendo día tras día. Llevo año y medio condenada y no sé cuánto más me queda. Siento que he vuelto atrás en el tiempo, a hace siete años, pero que no tengo más opciones que continuar aguantando. Y esto no es lo que esperaba de esta etapa de mi vida. Echo muchas cosas de menos y puede que estar estancada en el pasado y no haber recibido en el presente lo que esperaba me haga doler tanto. Pero no sé pasar página, no sé cómo archivar cinco años de existencia, ponerles punto final y continuar. También puede ser porque hui de esa vida pensando que estaría mejor, y me encerrado en cuatro paredes y tirado la llave por el sumidero. Puede ser.

¿Y ahora qué hago? ¿Cómo me enfrento al mañana si ni soporto el hoy? ¿Cómo acepto que me equivoqué, que me condené? ¿Cómo asumo que todo está mal, que estoy rota, que no soy capaz de recomponerme?

martes, 31 de marzo de 2020


No sé explicar que es lo que me pasa. 

Creo que no hace falta que explique qué es lo que está sucediendo en el mundo. Así que no voy a hablar de eso, pero tampoco quiero hablar de mí. Tengo la necesidad de hacerlo, la verdad. Porque no estoy bien, pero no estoy mal. No estoy del todo bien, ni del todo mal. Estoy y respiro, y me levanto de cama por las mañanas, y sonrío, y a veces bailo, y a veces lloro. Y me vuelvo a dormir. E intento trabajar, y me visto como si fuera a salir a la calle, pero no hago nada. Estoy. Existo y tengo funciones vitales bastante normales; y estoy feliz con ello. Pero no soy feliz. Y tampoco soy infeliz.

He llegado a un punto en el que creo que me definiría como la viva imagen de la resignación y la
procrastinación. Quiero y tengo que hacer muchísimas cosas (aunque en realidad no son tantas, y perfectamente podría haberlas hecho ya), pero no soy capaz de concentrarme, de inspirarme, de centrarme en lo que hago y pienso. Me estoy dedicando a divagar y a autoconvencerme de que estoy siendo productiva, cuando no he sido menos provechosa en mi vida. Jamás. Tengo un documento abierto desde hace seis días, y solo he sido capaz de escribir tres palabras. Y es mi nombre. Pero no me importa. Y estoy bastante impresionada con este nivel de pasotismo que estoy desarrollando, y de ser consciente de que cuando este pase me voy a llevar la hostia del siglo. Y sigue sin importarme.

Esta es la tercera semana que estoy encerrada en casa. La primera fue un encierro forzoso, esperado, deseado, y provechoso. Me dediqué a hacer lo que esperaba de mí, e incluso más. Se me propusieron cosas exigentes y demostré ser capaz con creces. La mitad de la segunda semana fue similar, con un añadido de ansiedad y presión, y luego todo cayó en picado. Desconecté del mundo, de mí misma, de mi alrededor. Durante un par de días fui un ente que estaba y aparentaba, pero esas horas de mi vida parecen no haber existido. Ni sentía ni padecía, era la apatía hecha persona. No me apetecía nada, no disfrutaba de nada, pero tampoco me aborrecía. Estaba, y aquello era suficiente. Y estamos en la tercera semana, he comenzado a remontar, y me encuentro bastante mejor. Pero sigo sin ser productiva, siendo apática, estando resignada a que los días pasan, no hago nada con mi vida y estoy bien con ello. Lo malo es que si las cosas salen bien (como tienen pinta de pasar), en unas semanas se me va a presentar una oportunidad importantísima, en la que tengo que dar todo lo que tengo, y ahora mismo no tengo nada. No me estoy preparando, y voy a correr el riesgo de tener que dejarla pasar. 
Entonces, lo que parecía un paso adelante en ganar estabilidad y paz mental, es un indicio inequívoco de que estoy volviendo a autosabotearme.

Y eso sí que lo entiendo, y tiene sentido.

He podido demostrar que merezco la pena, que soy capaz de gestionar lo que me den y sobresalir más que el resto. Y ahora es mi momento de recoger lo que he trabajado, de que se me reconozca, de brillar. Y estoy haciendo, inconscientemente, todo lo que está en mi mano para que me hundan en la miseria. Y puede que me esté dando cuenta de esto ahora mismo mientras escribo (para no trabajar), y estoy empezando a preocuparme. Porque de ser así, no me lo perdonaré en la vida. Y creo que sé que es lo que va a pasar, y de querer y poder cambiar, este es el momento. Todavía no es demasiado tarde, y está en mis manos. Solo tengo que sacar la fuerza para hacerlo y comenzar, pero hacerlo ya,
porque el primer paso siempre es el más duro. Y sé que en cuanto lo dé, el resto vendrá rodado. Porque ya he estado más veces en este estadío de querer comenzar, y no ser capaz, y posponerlo a más no poder. Nunca he perdido del todo una oportunidad importante, pero tampoco nunca he sobresalido del todo. Y este es un momento muy especial, muy único. 

¿Puedes hacer el favor de no joderla esta vez? De ser normal, de hacer lo que se espera de ti, que de momento no es mucho. De perdonarte y dejarte avanzar, de ser consciente de que sí que tienes voz y te mereces estar aquí. ¿Es tanto pedir? Ya has sufrido bastante, ya te has castigado lo suficiente. Ya está bien. Haz lo que tienes que hacer, aprieta los dientes a poquitos, y comienza a caminar. Ya está, ya ha terminado el purgatorio, ya has pagado todas las deudas que debías. 

Este es el momento en el que termina el ciclo. Solo tienes que permitirte abrir los ojos y comenzar. No es difícil, lo has hecho más veces. Suelta la cuerda. Déjalo ir. Ya está. Estás bien. Estás tranquila. Estás preparada. 

Ya está.