Después de haber estado arriba, como siempre, hay que morder el polvo. Esto es un suceso universal, que se repite hasta la saciedad aunque no queramos verlo, o pensemos que esta vez va a ser diferente. No, no me da igual. No, no estoy bien. No, me está consumiendo por dentro. Y no quiero jugar. No quiero pelear, no quiero hacer nada. Quiero que sea simple, y estoy harta de estar rota. Y que de que, cada vez que parece que voy a volver a un punto en el que vaya a poder recomponerme del todo, alguna estúpida situación que no tiene ni pies ni cabeza, se encarga de volver a sumirme en mi propio pozo. Quizás eso sea la vida, o madurar, o simplemente crecer: darse de hostias día tras día, hasta que por fin las piezas encajan.
Pero, ¿merece la pena? ¿Compensa ir rebotando del fondo a la superficie solo por coger pequeñas bonacadas de aire que nos llenen el pecho, para luego volver a hundirnos? ¿Para volver a tener el aire cortando los pulmones, debido a la presión, después de haber probado todo lo que nos estamos perdiendo? ¿Sale rentable, en esos momentos de semiconsciencia en la que realmente deseamos desaparecer, imaginarse lo que sería? Porque lo mejor y, sin ninguna duda, lo peor que tenemos, es la puñetera imaginación. Y la necesidad de crear mundos a partir de migajas por el gusto de pensar que podemos llegar a sentirnos igual de bien que en nuestra mente. Mentira.
A veces, me pregunto si habrá gente que ha nacido para vivir sola. O si, con el paso de los años, nos hemos creado expectativas que nunca podemos cumplir. Tengo claro, por una parte, que no todo el mundo va a sobresalir en aquello que le gusta, profesionalmente hablando; eso que hemos oído desde pequeños de que "todo es cuestión de esfuerzo", por lo menos para mí, tiene unas cuantas excepciones que son capaces de invalidar totalmente la regla. Hay algo más que esfuerzo; hay suerte, talento, influencia, y haber nacido donde toca. Para empezar.
Pero, quizás por la ilusión de quien ha aprendido a crecer con ojos brillantes a todas horas, he llegado a pensar que, para todos, hay alguien adecuado, que se complementa y con quien todo es sencillo. Y puede ser que me equivoque, pero a veces parece que no. Que estamos hechos para destrozarnos, para buscar donde no hay, y luchar batallas ya perdidas. O puede que esto tan solo lo haga yo, y que eso que nos hace únicos tan solo se aquello que nos hace más necios, más ciegos, más soñadores, y menos aptos para la supervivencia. Y, como siempre, todo se resumen a la ya machacada frase de "o comes o te comen".
En verdad, no puedo decir que esté rota. Que me haya hecho daño, o que lo esté pasando mal. No tengo motivos, y tampoco lo estoy haciendo. Tengo una angustia mental, generada por recibir siempre el mismo golpe en el mismo sitio; y ver que, hagas lo que hagas, vas a tener que dejar curar el moratón. Pero, ¿qué pasa si nunca va a curar? Fácil, que voy a tener que seguir lamiéndome las heridas a mi misma por el resto de mis días, dejándome perder de vez en cuando para huir en cuanto se empiezan a acercar. Y no sé si a todo el mundo le pasa lo mismo, o soy yo que los tiempos de mala vida todavía no han dejado de saldarse las cuentas.
Quiero ser feliz. Quiero llenarme con lo que tengo, y quiero no pensar en el resto. Quiero no deshacerme en pedazos, y quiero -por favor- no ilusionarme más. Porque tengo claro que, cuanto más importancia le des, aunque tan solo sea para ti misma, a algo que todavía no ha sido, peor va a salir. Supongo que habrá alguna ley física estúpida y tediosa para explicar esto, porque está visto que la física va a perseguirme por el resto de mis días.
Y sin más, sin menos. Seré alguien digna de conocer, pero no sé si el problema es que en verdad no estoy dispuesta a dejar que lo hagan, o es que nadie quiere meterse en mitad de semejante desastre animal.