viernes, 24 de junio de 2011
Like a black hole in the universe.
jueves, 23 de junio de 2011
Ni genial ni perfecto.
¿Realmente?
miércoles, 22 de junio de 2011
Easy-
sábado, 18 de junio de 2011
Punto y seguido.
sábado, 11 de junio de 2011
Corre, princesa.
miércoles, 8 de junio de 2011
No es un porqué.
lunes, 6 de junio de 2011
domingo, 5 de junio de 2011
Y es por eso.
El mar de color verde.
Cuando desperté, la ventada de mi derecha estaba totalmente conquistada por pequeños seres semitransparentes, inquietos, veloces; algunos, aferrados al cristal, temblando del miedo, y otros compitiendo entres si en esa pista resbaladiza, chocando, haciendo alianzas entre ellos. Y, a mi pesar, sonreí.
¿Cuánto hacia que no veía llover? En Australia, en Mackay, en mi ciudad, en mi vida, llueve cada seis meses, más o menos. Y no llevo aquí ni un día y medio y aún no he visto ni un ridículo rayo de sol. Otra cosa más que había olvidado, pero que sin duda una más que estaba en mi larga lista de cosas que no eché de menos al marcharme de aquí. ¿No se supone que España es el país del sol, de las playas de arena blanca y fina, del calor, de la fiesta sin fin? Pero claro, esto no es España, es un trozo de tierra perdido en el norte, aislado, marginado del resto, primitivo, húmedo, anticuado, perdido… Galicia, y más concretamente, Lugo. ¿Cómo no lo voy a odiar si nací, viví y me marche odiándolo? Con seis años ya sabía que esa ciudad era un mundo paralelo, gris, aburrido; y el día más feliz que viví allí fue cuando supe que nos íbamos a Mackay, por el trabajo de mi padre. De aquellas, éramos una familia feliz, quizás porque solo nos teníamos unos a los otros en ese espacio alejado de la evolución. Ahora, mi padre esta casado con una ejecutiva de Sidney, mi madre vivé en Nueva Orleans con su nuevo novio, y mi hermano esta acabando abogacía en París. ¿Y yo? Ahora que ellos son felices, yo estoy en un internado femenino australiano, en Melbourne, de prestigio nacional. Yo también era feliz allí, con mis amigas, mis estudios, mi mundo hasta que me entere del destino de nuestra excursión de fin de curso: España. Al contrario que para mis compañeras, para mi eso significaba volver durante dos semanas al país del que había huido, ahora como turista, sin derecho a odiarlo, solo para ver museos y cosas importantes, como una alumna más. Hasta ahí podría llegar a soportarlo, perol la excursión guiada comenzaba en Lugo. Y con eso sí que no podía; así que fingiría una gripe y me quedaría en el hotel, o una indigestión, o…
-Juli, ¿en qué piensas? ¡Ya hemos llegado!-exclamó mientras me abrazaba Chelsea, mi mejor amiga…-¿No te parece una ciudad preciosa?-…y la única que sabía lo que pensaba de Lugo. La fulminé con la mirada, y soltó una carcajada.-Bah, no seas aguafiestas, que no va a ser tan malo. Solo vamos a ver el casco histórico,
-¿Muralla? ¡Lugo no tiene ninguna muralla, no digas tonterías!
-¡Claro que tiene Muralla! ¡Y es Patrimonio de
-¡Es imposible! Yo no recuerdo ninguna muralla, y mucho menos un Patrimonio de
-Sí, seguramente. ¡Si la hicieron los romanos, y tendrá más de dos mil años!
-Por eso no me acuerdo, como aquí todo es viejo, feo y antiguo, no me llamaría la atención…
Iba a continuar quejándome, pero en ese momento, el autobús se detuvo. Como si esa fuera una señal, mis compañeras se aproximaron a las ventanas, descorriendo las cortinas, limpiando el vaho, intentando ver algo entre las gotas. Yo no me acerqué; sabía de sobra lo que había al otro lado del cristal, y no quería tener nada que ver con eso. Por la megafonía del autobús, la profesora comenzó a explicar lo que veríamos, y para mi desgracia, no pasaríamos por el hotel hasta que acabáramos de ver Lugo.
-.. Pero antes de ver todo eso, iremos a
-¡Te lo dije!- sonrió Chelsea, feliz de haberme ganado. Enfadada, me crucé de brazos y dejé de escuchar a la profesora. Yo no quería estar allí, no tenía porqué; es más, mi madre tampoco quería que fuera, fue mi padre y mi querida madrastra los que insistieron tanto la última vez que fui a cenar con ellos, y claro, ellos acabaron convenciendo a mi madre. Maldita sea, yo no quería ir. Sin querer, comenzaron a resbalarme las lágrimas por las mejillas, como cada vez que no conseguía algo, y me escondí detrás de mis gafas de sol. Como decía mi madre, los ojos verdes cuando lloran parecen mares, y nadie tiene derecho a ver esos mares perdidos sin permiso.
Mientras seguía pensando en eso, mis compañeras comenzaron a bajar del autobús, deseosas de estirar las piernas. Yo dejé que me adelantaran todas, esperando para salir la última, mientras Chelsea tiraba de mí. Y por fin, salí del autobús, y miré a mí alrededor, esperando ver un mundo gris, vació, un desierto de nada.
Para mi sorpresa, aparecía en una calle normal, como las de Melbourne, con mucha gente pasando con prisas, de un lado al otro, entrando en tiendas y saliendo de ellas sin mirar, con atascos, suspiros, miradas indiscretas a los relojes… Continué mirándolo todo, boquiabierta. Esa no era la ciudad que yo había dejado hacía diez años; no se parecía en nada. Seguro que el conductor se había confundido, seguro que...
-¡Julieta, que estamos aquí!- oí decir a mi profesora, a mi espalda, deseando que nos volviera a subir en al autobús, o quizás no, porque aquello era mejor que Lugo. Me gire, con la imagen de aquella calle en las retinas, pero en cuanto lo hice del todo, se borró del todo.
Era enorme, monumental, inmensa, increíble, fuerte, poderosa, sobrecogedora… y muy familiar. Como una vieja amiga con la que te encuentras después de hace mucho tiempo, igual que un recuerdo de la infancia que creías perdido. Sentí que algo se paraba, o que encajaba de nuevo, dentro de mí; intenté relajarme, respirar profundo, porque aquello no podía ser real. Pero no pude, porque todo me olía diferente, a perfección, a felicidad, a… no se a que, pero no tenía nada que ver con el más que acostumbrado olor a frito de Melbourne. Chelsea se me acercó, me guiñó un ojo y se volvió hacia la profesora:
-Creo que Julieta se encuentra algo indispuesta después de volver a sus orígenes, profesora.-susurró entre risas.
-Es verdad, Julieta, usted nació aquí, ya no me acordaba…
-N-n-no, profesora, yo soy de co-Coruña…-balbuceé, todavía impresionada, sin poder llevar los ojos hacia otro lado.
-Una pena; yo creía que era de aquí, así nos podría hacer de guía.-Y se rió ella sola de su propio chiste, mientras Chelsea bajaba la mirada e intentaba simular que a ella también le había echo gracia. Satisfecha, la profesora le habló al grupo de alumnas:- Señoritas, ahora comenzaremos nuestra visita: primero subiremos a
No me lo podía creer. En serio, no era capaz. Primero, la ciudad que tanto odié durante todo estos años resulta que es como otra más, quizás un poco más pequeña, pero no una aldea perdida como creía. Después, resulta que Chelsea tenía razón, y en Lugo hay una muralla,
Una niña, saltando, feliz, subiendo los escalones de dos en dos, riendo, de la mano de una señora mayor, que también se ríe…
Sin entender muy bien que acababa de recordar, llegamos arriba. Algunas de mis compañeras, que habían llegado antes, sonreían desde arriba, sacando fotos, con cara de entusiasmo. Chelsea apuró un poco más el paso, tirando de mí, como siempre, con prisas.
Fue como esas películas románticas, en las que la chica y el chico se dan cuenta de que no pueden vivir el uno sin el otro, y en una playa perdida se encuentras. Fue más o menos igual. Llegar hasta arriba, mirar a mí alrededor, mientras el cielo comenzaba a dormirse poco a poco, pero todavía despierto, coloreando los techos de los edificios pequeños, y un poco destartalados dentro de esos brazos amigos, peinando de colorado el techo de la catedral mientras le susurraba en las campanas una feliz noche, agitándolas, moviéndolas, haciéndolas sonar. Unas palomas levantan el vuelo, quizás, también para despedirse del sol. Sonrió, un poco emocionada, pero simplemente feliz. No, realmente Lugo no es una ciudad vieja, y mucho menos desde aquí arriba. Es dorada, es sencillez, es armonía, es descanso, es hermosura; es, sencillamente, como nunca supe verla. Sentí que me derretía por dentro, que se consumía, primero de felicidad, luego de dolor por no saber apreciar lo que dejé atrás. Y otro recuerdo…
Esta vez, la niña era yo. Y era un recuerdo real. Yo, pequeña, simple, feliz, infantil, mirando las palomas volar, con esa señora de la mano, esa que me había enseñado a ver Lugo, a mirar hacia arriba, a sentir que yo también estaba bajo el abrazo de aquella Muralla que nos protegía, que nunca iba a estar sola. Yo, mirando a la cara a
-¿Mi abuela?-le grité a mi teléfono. En realidad hablaba con mi madre, pero pensar que no le estas gritando a ella te hace sentir mejor.- ¿Porqué no sabía que había dejado a una abuela en Lugo?
-Porque tampoco preguntaste nunca…
-¡No pregunté porque no lo sabía!
No, no sabía que tenía una abuela, que Lugo era mi ciudad, que aquella Muralla había sido mi infancia, porque lo había tapado todo, por huir de allí.
Unos meses más tarde, Julieta Fernández, de