domingo, 20 de diciembre de 2015



Cada cual debe de ser capaz de repararse a sí mismo, antes de intentar dejar que otros carguen con su pesar. O al menos, eso es lo que creo yo que debería de pasar para que el orden del cosmos no se vaya a la mierda día si, y día también.
No me pidas que te ayude, cuando yo misma peleo por seguir respirando todos los días. No me pidas que sea tu punto de apoyo, cuando me pierdo en las mareas, en las caracolas oscuras, y en los rincones más perdidos de las voces que recorren mi cabeza, mis piernas, y mi calma, las noches que no puedo dejar de escuchar palabras con doble sentido en las paredes. No me pidas que sea el doble punto de sutura, cuando me desangro por momentos y nunca he sido capaz de llegar más allá de las tiras de aproximación. No me pidas más allá de lo que he sido capa de darte hasta ahora, porque es probable que tiemble de tal manera que seas tu el que se tenga que compadecer de mí.

Cada uno, sin duda, tiene su propia manera de afrontar decisiones complicadas, golpes de revés del tiempo, y esperanzas varías; y no todas son compartidas por el público en general. A mi me funciona el tiempo, o eso parece ser; es la manera más cómoda, y la que más tarda en completarse, si me dejáis dármelas de experta en un tema que me destroza sin aviso previo cuando decido tirar las defensas por un momento. No creo, por lo menos por lo que he aprendido en los últimos años, que exista esa teoría universal de que "un clavo saca otro clavo"; a no ser que lo que intentes arrancar de cuajo de tu ser sea algo frívolo, banal, sin sentido, y que realmente no mereció la pena. Las grandes historias, aquellas que hacen que nuestro mundo de un giro total hacia una dirección jamás esperada, que destrozan nuestros esquemas, que nos derriban y arrebatan hasta el último apéndice de nuestro ser sin anestesia ni consuelo; son las que necesitan tiempo, no clavos ardiendo a los que aferrarte una noche de invierno en la que los vasos parezcan no tener fondo, y la lucidez brilla por su ausencia. Así que, perdonadme, si no entiendo que alguien pueda saltar de una liana a otra sin un parón de por medio, aunque tan solo sea para coger aire y por la necesidad de comprobar dos veces, si es necesario que todo está en orden, y que los daños están bajo control. No, no entiendo que alguien pueda intentar enterrar sentimientos, dolor, duelo, o lo que sea que se le pase por la cabeza, o por el pecho, a base de enfrascarse en algo totalmente nuevo; y lo peor es que parece ser que se lo quiere tomar en serio. Es decir, pretender salir de una tormenta para meterte en un huracán, a ciegas, esperando que la suerte y el buen karma no te recompense con una hostia de campeonato, de las que te deja sin aliento e inconsciente en el suelo, sin ser capaz de mover nada más allá que el aleteo del sentido común, que se regocija diciéndote que tenía razón. Y con razón tenía razón.
También tengo claro que yo no quiero ser el segundo clavo, porque me merezco ser algo más que algo que rellene una herida todavía reciente, abierta, y sin coagular. Ya lo he dicho más veces: me merezco la magia, y si hace falta ya pondré yo los efectos especiales. Pero quiero la magia. Quiero serlo todo, llegar a todo, y tenerlo todo. Si, últimamente soy una entusiasta de la vida y una optimista empedernida; y no sé cuanto durará este efecto-droga, pero lo mejor será aprovecharlo mientras me duren las horas.

No quiero ser el segundo clavo. Quiero ser lo que venga después del tiempo, cuando todo esté en calma, aunque las cicatrices aún estén frescas. Porque lo que he aprendido en dos años de camino a ciegas, es que no puedes comenzar a querer de nuevo, si no quieres lo que tienes, quien eres, y lo que te ha pasado. Porque llegará el momento en el que mires atrás, y hasta seas capaz de dar las gracias por el revés al que te sometiste de aquellas; porque te ha hecho ser quien eres ahora, ver la vida como la ves, y asumir los riegos de la manera en los que los asumes. Porque el camino andado queda atrás por una razón, y el que está por venir se encuentra allí para hacerte seguir creciendo. Así que, bienvenidas las piedras, y bienvenidas mis piernas. 
Que puede ser que mi fórmula no se ajuste a todo el mundo, como el resto de las cosas que circulan en esta nuestra atmósfera; pero no suelo equivocarme en remedios caseros para solucionar desastres personales, incluso interpersonales. Será porque he tropezado tantas veces que no creo que haya espacio en mi piel sin que haya sido consumida en su momento por algún moratón o corte, y que ahora no esté adornada con una cicatriz. Pero el conjunto de todas, es lo que me hace ser quien soy, lo que hace que siga levantándome por las mañanas, y lo que me hace ser capaz de decir de corazón lo que pienso, la mayoría de las veces. Porque hay verdades universales que merece la pena proclamar a gritos, y porque hay cosas que es mejor no guardárselas para uno. Y cuando todo parece estar perdido, y que no se puede caer más bajo en el pozo de mierda de turno; ten por seguro que es posible, y que está en tu mano levantarte y seguir adelante, o seguir hundiéndote. Y que en esas situaciones, no hay clavos posibles que puedan ayudarte. Porque solo serían peldaños momentáneos, o ilusiones en vano para personas honestas que se encargaron, en su momento, en ordenar su vida antes de ir a desordenar la del resto.

Con esto, tan solo quiero decirte que la pelota está en tu tejado. Si pretendes que sea tu clavo, has ido a probar fortuna con la papeleta equivocada; incluso con el concurso equivocado. Táchame de humilde, pero yo soy el premio grande, y no estoy dispuesta a que me traten como uno de consolación. Si pretendes salir a flote contigo mismo, y dejar que comparta mi tiempo, mis risas y toda la magia que tengo guardada, hasta que llegue el punto en el que te des cuenta que ente medias no hay nada más que simpleza y comodidad pura y dura, yo soy tu chica. Porque puedo hacer que esto sea lo mejor que te ha pasado en tu vida, con la condición de que me des la oportunidad de enseñarte como hago yo las cosas. Y eso implica que tengas que hacer un viaje de autoconocimiento tal, que tengas que acabar sacando de ti lo que otras no han sido capaces de sacarte; pero esta vez, vas a tener que hacerlo por ti mismo. Conmigo puedes contar, pero las heridas te las tendrás que lamer tu solo.
Porque creo que todo el mundo se merece tener a alguien, no necesitar a alguien. Se merece querer, no depender. Y si tu felicidad tiene la necesita vital de alguien para compartirla, te estás equivocando. No solo de persona, sino de manera de ver la vida, y afrontar las hostias a las que nos exponemos por el simple hecho de ser capaces de respirar y razonar al mismo tiempo. Y para querer sin ataduras, hay que quererse mucho. Y para ello, necesitas tiempo, y espacio. Y ser feliz. Y no preocuparte de nada más allá de lo que te concierne a ti mismo. Si, siendo algo egoísta sin causar daños al resto, lo que viene a ser el "estar solo" de toda la vida.

Así es como veo yo el camino a volver a estar completo. Otra cosa es que necesites permanecer con ese hueco en el pecho una temporada; porque yo también he estado ahí. Y creéme, ignorarlo y enterrarlo con otras preocupaciones no funciona; que a largo plazo, eso acaba estallando, reventando y hundiéndote más, por mucho que pienses que dejar la herida al aire no es la mejor opción. La madre naturaleza es más sabia que todos nosotros, por mucho que intentemos desafiarla a base de bien. 
Y en el momento que te conozcas hasta el punto al que he llegado yo, sin caer en la pretensión de dármelas mucho de entendida, verás que todo está en orden. Y quien merece la pena. Y que lo del clavo es una puta estupidez. Y que todo está bien, y que te mereces volver a empezar. Que ya no le debes nada a nadie, ni siquiera una explicación, porque ya te las has dado todas a ti mismo. Que sabes que es lo que importa, y lo que está en la balanza haciendo contrapeso. 

Que, simplemente, puedes volver a respirar en la espalda de alguien, y sentir que ese escalofrío es tuyo, y que eres tu quien lo provoca. Y sentirte completo con ello. Y, al mismo tiempo, ser capaz de recordar esa situación tiempo atrás con mismo cariño que puede haber entre dos viejos amigos que vuelven a encontrarse después de mucho tiempo.
Porque, solo entonces, recordar será placentero. Y será entonces cuando la locura de mi mano en tu pecho será suficiente para hacer guerras permanentes, sin necesidad de dar conclusiones precipitadas. Y, honestamente, ya no por mi, sino por ti; ojalá seas capaz de llegar a ese punto pronto. Aunque no esté yo allí, porque no me quedé para verlo. Porque te has desnudado para mí, y no hablo de manera literal; y eso está bien, siempre y cuando también seas capaz de desnudarte para ti, afrontando la oleada de naipes afilados que te atravesarán en ese momento. Que quizás es desnudarte a poquitos sea tu manera, pero no pretendas que yo me desnude sin antes estar convencida de que todo está en calma allí dentro. No por nada, pero no serías capaz de soportar la que te vendría encima, que puede que sea tanto lo más maravilloso como lo peor que te pueda pasar. 

Que hay precipicios que, como no seas capaz de saltarlos solo, te acaban devorando. Y hay principios éticos que merecen ser respetados, e historias tales que son capaces de hacerme perder la cabeza antes de comenzar a escribirlas. Que hay ilusiones imposibles, y días para no salir de la cama, porque el día que comienza te recorre las entrañas con sed de destrozos inminentes. Y yo he recuperado la confianza en mi misma, al verte caer, y puede que no sea justo. Pero la vida no es justa, y lo único que podemos hacer, en conclusión, 
es cubrirnos las espaldas,
curarnos el invierno,
quitarnos los principios, 
y arrasar con los finales.
Pero dejando que el tiempo sea quien pone a cada uno en su lugar. Y las cosquillas en mi nuca.

sábado, 12 de diciembre de 2015



Quiero la magia, y ya pongo yo los efectos especiales.
Hay cosas que son imposibles de controlar, por mucho que nos empeñemos en refrenarlas; ya sean ideas, impulsos o decisiones rápidas y precipitadas, que suelen las que acaban determinando nuestros días, y el rumbo de nuestros pasos desnudos. Porque, al final del día, lo que prevalece sobre las historias mundanas en nuestro interior, son los pequeños fragmentos que nos hacen ser quienes somos, por mucho que queramos cambiarnos y completar ideales morales que parecen al alcance de los dedos. No nos engañemos; todos tenemos una manera de ser, de sentir, y una esencia que nos acaba haciendo seres relativamente únicos. Y eso es lo que creo que se percibe a simple vista, en los primeros segundos de contacto interpersonal. 
Con esto quiero decir que, por mucho que lo intentemos, somos como somos, y son las decisiones que tomamos las que nos hacen matizar diferentes aspectos; que pueden ser más o menos fundamentales para acabar redefiniéndonos. Tampoco podemos cambiar a nadie, a no ser que supongamos un punto de inflexión para la vida de esa persona; y, con creces, eso es lo peor que nos podría pasar.

Estoy totalmente segura de que nadie es imprescindible para seguir respirando al final del día, pero que hay un número limitado de personas que nos hacen estar agradecidas de seguir haciéndolo. Y que esas son las que tienen poder suficiente para trastornar tus días, noches, y vida por completo, si se lo proponen; o incluso, a veces, sin pretenderlo, solo por el mero hecho de que una serie de desdichas les han conducido a ese punto sin retorno en el que las decisiones acaban suponiendo un peso mayor del que deberían. Y, lo peor de esto, es que cuando te das cuenta de la magnitud de tus acciones, es demasiado tarde como para volver a empezar. Porque aquí no hay vuelta atrás, ni oportunidad de hacer borrón y cuenta nueva del todo. Solo queda seguir caminando, callándose los daños y apretando los ojos, deseando que nadie se de cuenta de que es lo que escondes detrás de las pestañas. 
Una vez teniendo claro esto, y asumiendo que no podemos hacer otra cosa que aceptarnos por como somos, para intentar sobrellevar los años que nos queden con la mejor filosofía existencialista posible, solo nos queda esperar que el resto se de cuenta de ello, y que nos acepten tal y como somos. No es tan complicado, la verdad; solo que nos han educado para intentar encajar en el mismo patrón, sin importar que el sastre tenga tembleque, o deje jugar a su imaginación entre tela y tijera. Lo que está claro es que, una vez que hayamos sido capaces de liberarnos del todo, solo queda ser felices. Y tener claro los principios básicos que necesita cada uno para ello.

Quiero despertar tarde, y sonreír con el buen olor, ya sea de ti, de mí, o de café recién hecho. Quiero caminar desnuda tantas veces, que me resulte hasta extraño el contacto de algo que no sea tu dedo en mi espalda. Quiero playas desiertas, y quiero cerveza fría con pies mojados, mentes fresas, y sonrisas sin prisa. Quiero bailes silenciosos sobre hojas secas, y dormir cuando la resaca sea incipiente. Quiero sentarme en el suelo, para recordar recuerdos viejos que me hagan reír en vez de callarme las lágrimas al pensar en lo que hubo y se marchó. Quiero no huir, poder sentarme a tu lado a esperar el próximo tren, y si eso perder tantos como haga falta en la estación. Quiero sonrojarme al pensar que es tan cercano que hasta me asuste, y quiero tener que tomar aire fuerte solo para asegurarme que todo sigue en orden y que no estoy perdiendo el norte. Quiero seguir jugando, y no perder la ilusión en salir de cama día tras día. Quiero que haya días en los que no necesite más que música ligera para llenar las horas, que haya historias subrealistas que acaben siempre en estallidos de risas monotono. Quiero tener tantas arrugas y canas que todo el mundo sea capaz de apreciar a simple vista que realmente he vivido. Quiero correr tan rápido que cuando llegue a donde quiera que necesite descansar, solo pueda respirar para poder seguir corriendo. Quiero conocerlo todo, y quiero descubrir que hay más allá del la última capa. Quiero que alguien me conozca hasta el nivel de poder reconocer lo que se cuela por medio de mis pupilas.
Quiero querer, y quiero dejarme querer. Quiero querer tanto que no pueda quererte sin quererme un poquito más a mi misma; porque aunque quiera, tengo que valorar quien me ha querido siempre. 

martes, 8 de diciembre de 2015



No quiero volverme una cínica, de esas que no son capaces de ver el completo de la situación tan solo porque las cosas no han salido tal y como las habían planteado en un primer momento. "Bienvenida a la vida, chica", es lo que me diría a mi misma si fuera capaz de mirarme al espejo el tiempos suficiente como para arrancarme las sílabas de la garganta. Porque por el hecho de que no todo ha sido como me había propuesto, ¿tengo que negarme a disfrutar de esos pequeños momentos? 
Me sentí bien, mejor que si no hubiera puesto el freno mintiendo cuan bellaca; eso no lo voy a negar. Estaba a gusto, y yo creo que fue mutuo; aunque, para mí, quizás demasiado pronto. Y puede que ese ritmo de complicidad no fuera el que quería marcar esta vez, porque puede ser que tenga expectativas; aunque no estoy muy segura de ello, pero he de reconocer que otras veces no me hubiera importado lanzarme al acantilado con los brazos abiertos, para regocijarme de la presión debajo del agua. Y luego tomar una bocanada de aire fresco mientras huyo de ahí lo más rápido que pueda, no vaya a ser que alguien esté dispuesto a secarme cuando puedo hacerlo perfectamente sola, sin arriesgarme a un contacto más allá de lo físico.
Pero esta vez, por algún motivo que no acabo de comprender, espero que haya ese contacto. Y no creo que sea capaz de moverme sin ser de puntillas hasta que no lo consiga. 

Pero no quería hablar de esto. Quería hablar de esos minutos, que en realidad no tengo muy claro de cuanto tiempo supusieron, en lo que el silencio y el rap de playa tomaron la palabra. En los que no pasaba nada más allá que ojos cerrados y suspiros entre pestañas, manos desnudas en mi espalda, y remolinos en mi pelo. Y caracolas en el tuyo. Porque parecían instantes de complicidad creados de la nada, como hace años, como los buenos recuerdos que aprendí a valorar demasiado tarde, y que ahora quiero volver a encontrar. Aquellos que hacen que el pecho se te encoja hasta el punto de implosionar del revés, dejando a su paso en paz tal que no se necesita nada más que una mirada de compresión para llenar el espacio en blanco. Y puede ser que sea demasiado pronto para hablar de esa sensación, cuando no me he hecho siquiera a la idea de que es lo que está pasando; pero es la primera vez en mucho tiempo que tengo dudas extrañas, que me tiemblan las piernas y que tengo la necesidad de aislarme de todo para poder tomar aire. Joder, si hasta he vuelto a dibujar, y a correr. No diga que me haya enamorado, cuando no tengo claro siquiera si me gusta él, o si me gusta que alguien me esté haciendo sentir y tener ilusión de nuevo. O una mezcla de ambas cosas.
Lo que está claro es que estoy recuperando mi esencia, o una parte de ella que lleva tres años a la deriva; y que ya era hora de que volviera a casa. Están retumbando las ventanas, y por primera vez en mucho tiempo, no es precisamente porque se esté viviendo un temporal. Y después de estos momento de regocijo, de tener que tomar pausas comedidas para seguir escribiendo, es cuando vuelven a recaer sobre mí las dudas, el miedo, y la indecisión de arresgarse en algo que puede volver a salir mal, y volver a acabar arrasando con todo. Y tener que volver a empezar. Y acabar, de nuevo, en ese pozo donde no corre el aire y donde no se escucha nada más allá que las voces implacables de antaño. 

Está claro que no se puede ganar sin arriesgar. Pero no tengo nada claro si merece la pena arriesgarse de nuevo, porque hay golpes a los que no estás dispuesta a exponerte de nuevo. Como todo, así es la vida: una puñetera injusticia que te dejará en bragas en cuanto tenga la primera oportunidad. Porque es desgarrador no ser capaz de confiar, o de tener un mínimo de esperanza, por miedo a que la partida no salga de la manera esperada. Y si, tener que volver a empezar.
No sé que haré. No sé hacia donde caminaré, pero está claro que tengo que moverme. Pero esta vez, a poder ser, que moverse no implique huir. Que puede ser que ese instinto atrofiado mío vaya a dar en el clavo. O puede ser que todo me estalle en las manos, y se haga pedazos a mis pies sin que pueda hacer nada para impedirlo.

Ojalá todo fuera sencillo, y ojalá no fuera necesario pretender, ni las dobles intenciones. Seríamos todos feliz, y tened por seguro que a mi me dolería menos la cabeza.

lunes, 7 de diciembre de 2015



¿Cuándo hemos comenzado a desconfiar de esta manera insana de todo el mundo, perdiendo la fé total en el romanticismo y en las conexiones reales, más allá de los suspiros a quemarropa en la espalda? Supongo que en el momento que hemos pedido la ilusión en descubrir algo nuevo, y que el "aquí-te-pillo-aquí-te-mato" que tanto hemos añorado algunas noches de copas de más, se ha convertido en el nuevo director de orquesta de este nuestro día a día.
Así, no sabes ya que pensar de gestos, detalles, miradas, susurros y apretones de mano, porque todo puede ser lo que no es, o lo que no esperas, o lo que no te imaginas. No sabes cuando dar el paso y dejarte llevar, exponiéndote a que te hagan daño de nuevo. Porque lo peor que nos puede pasar, por lo visto, hoy en día, es que nos ilusionemos, que queramos conocer algo más allá de alguien que solo nos quiere por lo que somos físicamente, pero que no tiene intención de conquistar nada más allá de tus bragas.

Y esto es triste, muy triste. Porque vale que hayamos disfrutado plenamente del misterio y la seducción que conlleva acabar una noche con alguien con el que no pretendes compartir nada más allá de unos instantes y la resaca del día siguiente; pero llega un punto en el que quieres algo más. Quieres sentir de nuevo, y sentirte bien contigo misma. Porque el correr y ganar, jugar en las grandes ligas, ya no te llena; e incluso te planteas como ha sido posible que te llenara en algún momento. Sobre todo, cuando recuerdas como comenzó este juego, y sobretodo, con quien. Cuando lo tuviste todo, y se acabo reduciendo a cenizas y resentimiento. Y quizás te haya dejado tan buen sabor de boca porque había algo más escondido en las entrañas de esos momento tan íntimos, tan nuestros, y tan memorables; porque realmente, había algo más. Y es lo que quiero, volver a tener ese "algo-más" para devorarlo, destrozarlo, revolverlo y volver a retrocerlo. Y repetir, y cansarme mil veces, y volver a ilusionarme mil y una más. 
Pero aquí el gran problema es que voy a poner siempre el ojo en aquello que me va a acabar haciendo más mal que bien. O quizás no, pero no se me da bien interpretar las señales; y entonces es cuando siempre acabo igual. Haciéndome daño, y huyendo, antes de que haya la más remota posibilidad de que me lo hagan a mí. Porque, quieras o no, comenzar con esto, implica exponerse demasiado, y dar partes de ti que no tenías pensado. Al menos, de momento; por lo menos, hasta que consiga resolver al ecuación de si me quiere conocer solo un rato, o pretende quedarse algo más. Y mirando hacia atrás (tampoco tan atrás, me bastan con unas pocas horas). no sé si me habré tomado la situación demasiado a pecho. Y quizás lo he hecho, porque he perdido el control.

Tengo que ser yo la que marque las pautas, y dejar las cosas claras. Tengo que ser yo la que diga "hasta aquí" o "sigue", pero esta vez sin buscar excusas. Tengo que ir de frente, arriesgarme a que me tomen por una romántica empedernida que no entiende la vida actual cuando luego es la primera que aplica todas y cada una de sus reglas. Tengo que mandarlo a la mierda.
Porque me respeto, y porque esta rabia que siento ahora mismo voy a tener que acabar canalizándola por algún lado. Porque no puedo seguir así, y aunque hoy he dado un paso más de los que daría anteriormente (tampoco, de nuevo, hace falta irse demasiado lejos para darme la razón), no creo que haya sido suficiente. Tengo que ser yo la directora de esta función, como lo fui en su momento. Que tenga pánico de dar un paso más por si muerdo, y que vuelva a tener los pantalones. 

Pero lo que tengo claro, es que no hay derecho a que un tío pueda hacer que me sienta así de utilizada. Ni que me haga dudar de esta manera sobre lo que pienso, o sobre lo que creo que soy. Porque si, realmente es así, acabaré huyendo de nuevo. Y ya se me están acabando los puntos de este país a los que poder huir. 
Quiero cerveza, quiero magia, quiero el cielo antes de entregarte nada. Porque estoy segura que entonces, solo entonces, recuperaré una parte de mí que había pensado perdida. Porque entonces.

El problema es el "entonces".