No quiero volverme una cínica, de esas que no son capaces de ver el completo de la situación tan solo porque las cosas no han salido tal y como las habían planteado en un primer momento. "Bienvenida a la vida, chica", es lo que me diría a mi misma si fuera capaz de mirarme al espejo el tiempos suficiente como para arrancarme las sílabas de la garganta. Porque por el hecho de que no todo ha sido como me había propuesto, ¿tengo que negarme a disfrutar de esos pequeños momentos?
Me sentí bien, mejor que si no hubiera puesto el freno mintiendo cuan bellaca; eso no lo voy a negar. Estaba a gusto, y yo creo que fue mutuo; aunque, para mí, quizás demasiado pronto. Y puede que ese ritmo de complicidad no fuera el que quería marcar esta vez, porque puede ser que tenga expectativas; aunque no estoy muy segura de ello, pero he de reconocer que otras veces no me hubiera importado lanzarme al acantilado con los brazos abiertos, para regocijarme de la presión debajo del agua. Y luego tomar una bocanada de aire fresco mientras huyo de ahí lo más rápido que pueda, no vaya a ser que alguien esté dispuesto a secarme cuando puedo hacerlo perfectamente sola, sin arriesgarme a un contacto más allá de lo físico.
Pero esta vez, por algún motivo que no acabo de comprender, espero que haya ese contacto. Y no creo que sea capaz de moverme sin ser de puntillas hasta que no lo consiga.
Pero no quería hablar de esto. Quería hablar de esos minutos, que en realidad no tengo muy claro de cuanto tiempo supusieron, en lo que el silencio y el rap de playa tomaron la palabra. En los que no pasaba nada más allá que ojos cerrados y suspiros entre pestañas, manos desnudas en mi espalda, y remolinos en mi pelo. Y caracolas en el tuyo. Porque parecían instantes de complicidad creados de la nada, como hace años, como los buenos recuerdos que aprendí a valorar demasiado tarde, y que ahora quiero volver a encontrar. Aquellos que hacen que el pecho se te encoja hasta el punto de implosionar del revés, dejando a su paso en paz tal que no se necesita nada más que una mirada de compresión para llenar el espacio en blanco. Y puede ser que sea demasiado pronto para hablar de esa sensación, cuando no me he hecho siquiera a la idea de que es lo que está pasando; pero es la primera vez en mucho tiempo que tengo dudas extrañas, que me tiemblan las piernas y que tengo la necesidad de aislarme de todo para poder tomar aire. Joder, si hasta he vuelto a dibujar, y a correr. No diga que me haya enamorado, cuando no tengo claro siquiera si me gusta él, o si me gusta que alguien me esté haciendo sentir y tener ilusión de nuevo. O una mezcla de ambas cosas.
Lo que está claro es que estoy recuperando mi esencia, o una parte de ella que lleva tres años a la deriva; y que ya era hora de que volviera a casa. Están retumbando las ventanas, y por primera vez en mucho tiempo, no es precisamente porque se esté viviendo un temporal. Y después de estos momento de regocijo, de tener que tomar pausas comedidas para seguir escribiendo, es cuando vuelven a recaer sobre mí las dudas, el miedo, y la indecisión de arresgarse en algo que puede volver a salir mal, y volver a acabar arrasando con todo. Y tener que volver a empezar. Y acabar, de nuevo, en ese pozo donde no corre el aire y donde no se escucha nada más allá que las voces implacables de antaño.
Está claro que no se puede ganar sin arriesgar. Pero no tengo nada claro si merece la pena arriesgarse de nuevo, porque hay golpes a los que no estás dispuesta a exponerte de nuevo. Como todo, así es la vida: una puñetera injusticia que te dejará en bragas en cuanto tenga la primera oportunidad. Porque es desgarrador no ser capaz de confiar, o de tener un mínimo de esperanza, por miedo a que la partida no salga de la manera esperada. Y si, tener que volver a empezar.
No sé que haré. No sé hacia donde caminaré, pero está claro que tengo que moverme. Pero esta vez, a poder ser, que moverse no implique huir. Que puede ser que ese instinto atrofiado mío vaya a dar en el clavo. O puede ser que todo me estalle en las manos, y se haga pedazos a mis pies sin que pueda hacer nada para impedirlo.
Ojalá todo fuera sencillo, y ojalá no fuera necesario pretender, ni las dobles intenciones. Seríamos todos feliz, y tened por seguro que a mi me dolería menos la cabeza.

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