lunes, 12 de mayo de 2014


Necesito replantearme demasiadas cosas antes de poder seguir caminando, aunque sea con pasos pequeños; necesito saber que estoy yendo por el buen camino antes de adentrarme un poco más, antes de dejarme llevar del todo, y de perderme entre árboles que susurran historias imposibles y demasiado fáciles de creer. Necesito poner freno durante un instante que se prolongue lo justo, para liberarme de los demonios que juegan a mis espaldas, recordándome cada error y cada piedra que no fui capaz de saltar. Necesito liberarme, si. Una de las formas que encuentro sería ir a la iglesia más cercana, confesarme, y cumplir con lo que me toque; pero no creo que consiga mi propio perdón y, con todos los respetos, ahora mismo no me sirve con tener tan solo el perdón de Dios.
Necesito volver a encontrarme, volver a sentirme bien conmigo misma. Necesito hacer lo que hago porque me gusta, no por obligación; necesito tener tiempo para hacer las paces con esta vieja amiga a la que he machacado hasta la saciedad. Necesito darme unas vacaciones de la mujer ajetreada que pierde el tiempo como nada, que se tortura por no conseguir objetivos, que no respira por miedo a romperse. Necesito confiar en mi misma, necesito premiarme poco a poco. Necesito perdonarme, sin duda.

Porque ya son demasiados años a las espaldas engañándome y mintiéndome, pese a ser todavía joven. Demasiadas prisas por querer todo lo malo, por ser lo más cotizado; cuando, en realidad, siempre he tenido todo lo necesario para ser quien quiero ser, para poder estar en paz conmigo misma de una vez por todas. Son demasiados años y, sobre todo, demasiados daños. Normal que no sea capaz de dormir tranquila, cuando es el único momento en el que me puedo echarme en cara todo lo que he estado haciendo a escondidas de mi misma. No soy fuerte. No soy poderosa. No soy invencible. No soy inteligente, ni soy especial. Soy alguien más, y es hora de asumirlo. Pero, ya de salir de la burbuja en la que he crecido, la que creé para mi misma cuando me di cuenta de que no sería feliz hasta que fuera otra copia perfecta; salgamos con un nuevo punto de vista. El de hacer las cosas para mi, por mi, y por nadie más. El de sentirme realizada día sí y día también, por el simple placer de poder sentirlo. El de alzar la voz cuando quiero que me escuchen, el de saber decir no cuando sea necesario. El de no tener que nublarme a mi misma el juicio para poder darme unas horas de intensidad. El de ser todo lo pura que pueda ser después del huracán, todo lo especial que un carboncillo pueda ser. Simplemente, pido el punto de vista para ser feliz con lo que tengo a mano, y esforzarme en mejorar día tras día. El de no rendirme por pereza o por temor. El de no tener miedo, pero si respeto. 
Parece sencillo, pero renunciar a todos y cada uno de los pecados capitales puede costar más de lo que pienso. Pero tengo la convicción a ciegas de que, si soy capaz de conseguirlo, seré la persona más dichosa que jamás he podido imaginar que podría ser. Alguien que merezca la pena conocer o intercambiar un par de palabras, porque emana energía a primer contacto de vista.

Porque es hora de dar rienda suelta al cambio que llevo pidiendo demasiado tiempo, sin ser capaz de hacer nada para conseguirlo. Es hora punta; hora para desnudarme y salir con nada más al mundo, para dejar que me empape de todo aquello a lo que me he cerrado en banda; quizás por ser demasiado egoísta, por no saber lo que quiero, por no querer conformarme o por conformarme de más. 
Dicho esto, solo queda desearme buena suerte, y esperar no volver a encerrarme en algún lugar demasiado oscuro, demasiado profundo y demasiado aislado, para que nadie pueda venir a hacerme daño, ni a rescatarme.