domingo, 30 de diciembre de 2012

Tic, tic, tic, tic


En el fondo, sigue doliendo. Aunque lo niegue, aunque sonría cuando me preguntan por ti  o por como estoy. Sigo espiando por detrás de las persianas bajadas, entre los cerrojos de las puertas antiguas, pegando vasos vacíos a paredes demasiado frágiles como para amortiguar el machaqueo continuo mezclado con risas nerviosas. Sigo coleccionando momentos en cajas de cartón en las estanterías de mi habitación, guardando testigos de algo callado bajo noches en vela con música que toca el fondo y no hace volver a la superficie si no es con ayuda. Una ayuda que generalmente no llega a tiempo, o llega cuando ya ha llegado otra a obligarte a respirar. Un clavo saca otro clavo, o eso dicen. Pero normalmente no se te ocurre guardar clavos de repuesto en el bolso, porque traen mala suerte.

Así que, aunque me aferre en pensar que ya está todo bien, sigo esperando que algo cambie; que aunque sea tarde, a alguien se le ocurra lanzar un salvavidas que den por perdido para rescatar al naufrago de una muerte seguro, de una hipotermia o de simplemente ahogarse en sus propios pensamientos. Aunque ya nadie está dispuesto a apostar si no es sobre seguro; estamos demasiado acostumbrados a que nos den garantías de éxito como para aventurarnos en algo que puede no traer beneficios, o que puede hacer que nos perdamos para siempre donde es imposible de salir, si no es con una ayuda, una que no va a llegar.
Y ahora, solo quedan unos días para demostrar que ya estoy fuera del agujero; que aunque no este lucida, voy a ignorar todo lo que me rodea, para centrarme en mi misma, perdida, bailando sola con los ojos cerrados y una falsa sonrisa en la boca, callando rumores, y sintiendo que todo va a salir bien, aunque solo sea porque detrás de un vaso con hielo siempre va a haber otro dispuesto a reponer el espacio vacío. Demostrar que he cambiado, que he vuelto a ser la de antes, que me da todo igual, que no soy rencorosa aunque lo dudes, que soy inmune a cualquier desprecio, a cualquier mala mirada.
Que soy la mejor, aunque no quieras darme la razón. Como siempre. 

sábado, 22 de diciembre de 2012

Begun


¿Es normal sentirse solo? La respuesta, la mitad de los días es que sí, ya que es mejor estar en un vacío total  antes que estar perdido, sin remedio, esclavo de un circulo vicioso que se consume a medida que te autoconsumes en tu interior. Pero hay distintos grados de soledad, y a medida que pasa el tiempo; a medida que crees que lo estás superando, que ya no echas nada de menos de todo aquello que te rodeaba, que te envolvía, que te hacía sentir tan bien, tan cómoda contigo misma como hacia mucho tiempo, posiblemente, desde que eras una niña. El golpe contra el suelo, contra la realidad, contra el mundo, con las consecuencias que puede traer esa decisión, ese silencio incomodo, esos vuelcos de corazón a destiempo; todo eso es inminente, imposible de remediar, de refrenar, de parar, de machacar.

En el fondo, siempre vas a tener la esperanza de que vuelvan las sonrisas tímidas del principio, los abrazos que significaban algo más que calidez. Vas a tener un pequeño quizás clavado en el pecho para siempre, aunque lo niegues, aunque te aferres en moverte hacía adelante, aunque sepas que es mejor que todo siga como esta. Es una espina fría, que resurge cuando menos te lo esperas. O tan solo sea por la facilidad de bloqueo emocional que desarrollas año tras año, taponando heridas mientras te obligas a pensar en otra cosa, en un futuro hipotético, necesario para huir de aquí, de todo lo que esto significa. Pero el bloqueo termina en cuanto me doy una tregua, un respiro de la tensión total en la que soy capaz de vivir con tal de no dejarme llevar por lo que llevo dentro; quizás demasiado masoca, pero es un método de supervivencia como otro cualquiera. Y no sé si será por el extraño parecido que tiene esta época con aquella en la que todo empezó, si es por que en estas fechas todos tienen a alguien a quien querer, o porque llevo casi tres mese acumulándolo todo dentro, y ha explotado por razones obvias.
No lo sé, solo sé que me estoy consumiendo por dentro, y supongo que algo se reflejará por fuera, aunque no lo quiera ver. Porque estoy harta de asumir que estoy bien, que no me importa nada, que soy fuerte, y que toda esta mierda acabará pasando. Que voy a ser feliz, que voy a encontrar algo a lo que aferrarme cuando me crean perdida, que todo va a ir bien, porque ya he tocado fondo. Y llega el punto en el que te cansas de seguir engañándote a ti misma, cuando el resultado de eso no es otro que conseguir hundirte más de lo que ya estás.

Casi tres meses, y todavía sigo en el mismo punto en el que estaba cuando comencé a decir que había pasado página. Tres meses después del bloqueo emocional, que parece que funciona mejor de lo esperado. Y, tres meses después, toca empezar de nuevo. 

martes, 4 de diciembre de 2012

De momento


Y los fantasmas del pasado parece que han vuelto a aparecer entre la arena y el mar donde lo enterramos todo. Quizás, como un presagio de que no hay secretos que duren para siempre, ni boca que sea capaz de aguantar la presión de conocer la verdad sobre quien engaño, disfrutó, y luego se marcho recogiendo la ropa entre susurros de silencio. Nada es efímero, pero podría durar un poco más. Otra posibilidad es que el deseo, el morbo que da hacer algo prohibido por el código moral, por el pacto secreto que estableces cuando estás cómodo con alguien, como una promesa de meñique de que todo va a ir bien, que nadie va a interferir en el un futuro próximo, o al menos, sin previo aviso. Pero aquí volvemos los dos, al punto de partida de este secreto compartido, que nos morimos por contarlo al mundo; tú, por despecho de haber logrado lo que muchos otros intentaron; yo, por evitar descubrir la frustración, por seguir siendo la que lo pasó mal, y el el capullo integral de turno.

Ahora, a escondidas todavía, quieres que rememore aquella noche, cuando lo único que recuerdo es una sensación de abandono, de frío olvido, de niebla profunda de noches de vasos sin fondo. Quieres que recuerde la playa, la arena entre el pelo, los suspiros acallados por las olas del mar, las risas del paseo, el buscarnos en medio de la oscuridad con ojos que no ven, y labios sedientos de más pese a haber bebido más de la cuenta. Y me pides que me esfuerce, pero no soy capaz. Al igual que no me creo esas idioteces propias de cuentos de hadas, no creo del todo que estés siendo sincero. No, es totalmente imposible que sea verdad todo lo que me dices ahora; puede que si que lo sea lo que pasó aquel día, no lo niego, porque lo poco que tengo todavía en claro se corresponde bastante con lo que parece ser que sucedió. Pero de ahí, a creer en un hipotético nosotros, hay un gran paso. Quizás porque solo conozco tu parte de nocturna  o porque tienes esos aires de prepotencia; pero tengo claro que no eres de los que se enamoran perdidamente. Yo tampoco, y menos de alguien como tu. Puede que haya algo físico, una tensión que necesita ser resulta con urgencia, para que no acabemos perdidos en cualquier esquina. Pero no hay nada más, y si es por mi, no creo que lo haya. No porque no lo necesite, o no te vea en ese plan: es por el simple hecho de que nosotros estamos hechos para vernos, desaparecer, rememorar, y morir por contarlo, cuando no podemos. Por mi bien.

Y lo único que me hace creer en ti, es que de momento has cumplido tu promesa. De momento. 

sábado, 1 de diciembre de 2012

Alone



Sentirse solo no es algo malo, es una consecuencia de una cadena de hechos que se te han ido de las manos; de pasar de tenerlo todo, a que no te quede nada más que el silencio al decir buenas noches al aire, con la esperanza de que alguien lo recoja. No, la verdad es que no es nada malo. Es un estado necesario para escapar de todo lo que presiona el estallido final, el punto y final para empezar de cero con nuevas metas, nuevas ilusiones. Pero estar solo implica momentos de desesperación, de llantos irascibles inmanentes que no se callan hasta altas horas de la madrugada, cuando las primeras luces salen entre las lineas del horizonte todavía a medio perfilar, y por la calle solo se escucha los pasos tímidos de quien va descalzo, porque los tacones los lleva el que le pasa el brazo por los hombros mientras le besa en la frente, o en el portar, antes de irse a dormir con una sonrisa por dentro, y por fuera.

Tampoco es malo echar todo eso de menos. Ser importante para alguien saber que el primer y último pensamiento del día es para ti, tener una mano a la que aferrarse cuando no ves la solución, un abrazo capaz de hacerte temblar o de replantearte tu vida entera sin pedirlo. Lo peor  es que todo esto no hace otra cosa que sumirte en un circulo vicioso de perfección, un túnel negro teñido de luz, en el que te puedes perder, desaparecer, volverte un loco errante, cuando menos te lo esperes. Un giro total que cambia tu vida de cualquier manera, sin un orden propuesto, establecido de ante mano, para no salir mal herido. Una cosa conlleva la otra; si quieres algo, atente a las consecuencias. Y más cuando ese es el final que te espera, y lo sabes de ante mano. Antes de aventurarte a sentirte dichoso, planteártelo dos veces. Porque quizás es mejor sentirse solo, sin nadie más que tu mismo, tus pensamientos, tus complejos, tus ganas de abandonarlo todo, porque no te lo mereces. Pero todo eso es mejor que amar dejando todo lo que ya tenías por el camino, y encontrare solo al llegar. Porque, por lo menos, estoy sola con compañía de quien prometió no alejarse jamás, y lo cumplió. 
¿Que pido? No lo sé, no tengo ni idea. Soy una inconformista caprichosa, así que no tengo respuesta a esa pregunta, al igual que no sé porque se acabó todo, porque no somos capaces de saludarnos, porque ahora no somos nada más que una cifra el uno para el otro.