sábado, 1 de diciembre de 2012

Alone



Sentirse solo no es algo malo, es una consecuencia de una cadena de hechos que se te han ido de las manos; de pasar de tenerlo todo, a que no te quede nada más que el silencio al decir buenas noches al aire, con la esperanza de que alguien lo recoja. No, la verdad es que no es nada malo. Es un estado necesario para escapar de todo lo que presiona el estallido final, el punto y final para empezar de cero con nuevas metas, nuevas ilusiones. Pero estar solo implica momentos de desesperación, de llantos irascibles inmanentes que no se callan hasta altas horas de la madrugada, cuando las primeras luces salen entre las lineas del horizonte todavía a medio perfilar, y por la calle solo se escucha los pasos tímidos de quien va descalzo, porque los tacones los lleva el que le pasa el brazo por los hombros mientras le besa en la frente, o en el portar, antes de irse a dormir con una sonrisa por dentro, y por fuera.

Tampoco es malo echar todo eso de menos. Ser importante para alguien saber que el primer y último pensamiento del día es para ti, tener una mano a la que aferrarse cuando no ves la solución, un abrazo capaz de hacerte temblar o de replantearte tu vida entera sin pedirlo. Lo peor  es que todo esto no hace otra cosa que sumirte en un circulo vicioso de perfección, un túnel negro teñido de luz, en el que te puedes perder, desaparecer, volverte un loco errante, cuando menos te lo esperes. Un giro total que cambia tu vida de cualquier manera, sin un orden propuesto, establecido de ante mano, para no salir mal herido. Una cosa conlleva la otra; si quieres algo, atente a las consecuencias. Y más cuando ese es el final que te espera, y lo sabes de ante mano. Antes de aventurarte a sentirte dichoso, planteártelo dos veces. Porque quizás es mejor sentirse solo, sin nadie más que tu mismo, tus pensamientos, tus complejos, tus ganas de abandonarlo todo, porque no te lo mereces. Pero todo eso es mejor que amar dejando todo lo que ya tenías por el camino, y encontrare solo al llegar. Porque, por lo menos, estoy sola con compañía de quien prometió no alejarse jamás, y lo cumplió. 
¿Que pido? No lo sé, no tengo ni idea. Soy una inconformista caprichosa, así que no tengo respuesta a esa pregunta, al igual que no sé porque se acabó todo, porque no somos capaces de saludarnos, porque ahora no somos nada más que una cifra el uno para el otro.

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