sábado, 30 de junio de 2012

Suena demasiado bien


Las mejores cosas no se buscan. No hay mapas hacia el infinito, ni carreteras lo suficientemente largas para correr hasta estallar en el apéndice del fin del tiempo. No existen. Las mejores cosas te encuentran a ti, de repente, sin querer. Aparecen un día, el día que menos te lo esperes. El día que simplemente te dediques a vivir, en el que no te importe lo que digan desde fuera ni lo que piensen los de dentro. Que salgas de casa sin maquillar, con chándal viejo, dispuesta a correr por gusto, por soltarlo todo, por respirar más fuerte que nadie sin necesidad de demostrar nada. Ese día, el día que no busques nada, que no quieras nada más de lo que te puedan dar sin pedir, será cuando aparezca lo que una vez, por ilusión o falsa modestia, dedicaste pequeños momentos de tu vida a intentar encontrar.

No sé si existe la casualidad, o las historias perfectas. No sé si las nubes saben a azúcar, o si las mariposas duermen en los estómagos de los despreocupados. Si los infiernos están echos para los mortales, si la realidad se pesa en gramos. Solo sé que había alguien mirando cada vez que saltaba de alegría, que quería abrazarme cuando caía, y que hacía que se dieran cuenta de que estaba mirándome. Y cuando menos me lo esperaba, esa noche, estalló el calor con una mezcla de lucha, sudor, y miradas perdidas. No sé cuanto pudo durar, solo sé que aún tengo esas palabras como eco en el fondo de los oídos. Cada pequeña sonrisa, cada gran carcajada. Cada pequeña cosa que pasó esa noche, cada una guardada en un paquete dispuesto a ser empaquetado. Porque es verano, y estoy dispuesta a equivocarme las veces que haga falta.
Y quien sabe, quizás esta vez no me esté equivocando del todo. Es bonito esto. Solo que acaba de empezar, sin rumbo, sin prisa, pero sin pausa. Día a día, tarde a tarde, y sí, noche a noche. Despacio, en muchos aspectos. Mucha confianza en muy poco tiempo. Remolinos de papel, que traen recuerdos que intenté esconder durante mucho tiempo, quizás demasiado. Realmente, se está bien.

No me importa cuanto dure, solo quiero saber que no me estoy equivocando.

viernes, 29 de junio de 2012

Miss Something


Quiero pensar que no necesito respirar para ser quien soy. Que no tengo ataduras, necesidades, medios, preguntas. Y por supuesto, tampoco tengo respuestas que dar. Me gusta ser invisible, a veces. Ser susurró de papel, mirada de cristal que traspasa el negro ámbar que oculta lo inexplicable, el silencio que nunca quisiste presenciar. Ser una mota de nada, un desliz de cielo que se ha colado por la rendija del mechero, dispuesto a ser consumido en la última calada. 

Pero de repente, llega algo, una señal divina, un eco de voz que chilla sin descanso en tu nuca, esperando a que te gires para hacer que te muerdas el labio. Un cambio, una vuelta de tuerca. Para transformar lo que no era nada, en algo especial que merezca la pena conservar. Un pequeño recuerdo, en una gran historia. De miedo, de hadas, de amor, de niñas buenas que acaban convirtiéndose en las brujas de la siguiente pesadilla antes de Navidad. O en las princesas del cabaret donde los hombres que durante el día ajustan sus pedazos de seda roja con almidón en sus importantes cuellos van a reprimir sus penas materiales, y sus esclavitudes morales. No son nadie, aunque ellos piensen que están cambiando el mundo. Se creen jóvenes dispuestos a enseñar de lo que son capaces, nuevos, sin estrenar, todavía en rodaje. En realidad, ya se les ha pasado el tiempo: son viejos, con canas, zapatos con las suelas gastadas y remendados en zapatero de barrio. Americanas demasiado sudadas y con cierto olor a tabaco de liar. Camisas con el cuello amarillento, que delatan la falta de frotado, quizás porque su mujer ya no está en casa. Por aquella chica del cabaret.

Y mientras todo sigue girando, yo voy a seguir buscando mi punto de apoyo, mi fuerza de voluntad, mi modo de ser. 

viernes, 15 de junio de 2012

Needing




Necesito parar, frenar, respirar, tomar aire, ser libre. Coger un tren, de madrugada. Sí, el frío de la noche, la densa niebla que cubre la respiración entrecortada de los que buscan, sedientos de ansiedad, de frenesí, la luz del medio día. Insaciables espectros de la felicidad comercial, del peso del querer y no poder. Secretos de cartón, mentiras piadosas, ilusiones que rompen al contacto con aire fresco o al viejo sol. Desaparecer un día, dos, tres, hasta que nadie te eche de menos. O mejor, que quede todavía una persona que se levante cada mañana con la vaga esperanza de que ese día será precisamente en el que vuelvas. Un pequeña decepción cada noche, después de una última mirada de anhelo a la puerta, un suspiro callado contra la almohada. 
Salir de aquí, ya, como sea, constando lo que cueste. Desconectar, apagarse, reiniciar, buscar un nuevo punto zen donde poder volver a empezar. No hace falta que todo sea nuevo, solo necesito que esto se acabe. Nos hemos metido en un bucle de magnitud centesimal, sin salida, sin retorno, sin nada más que el sentido común, mientras dure. Día tras día, sumidos y sumisos a la misma rutina, la misma cuenta atrás para la silenciosa capa negra que vendrá y lo teñirá todo negro, con el final del camino como premio. Y estaremos decididos a cruzar hasta el final, ¿para qué? Para seguir siendo esclavos de nosotros mismos, una y otra vez, hasta no ser más que polvo y olvido.

Yo, sinceramente, no sé quien soy, ni que quiero ser, pero sé que no voy a ser.