lunes, 15 de octubre de 2012

Her.


Vamos a reírnos, a jugar a que esto es un juego tonto donde vamos a ganar los dos con el paso del tiempo. De un par de días, de semanas, quizás tres meses, quien sabe. Bueno, yo lo sé. Porque por lo que se ve tu ya has movido ficha, has avanzado, has cambiado de ritmo, de secuencia, de lugar. Y mirar lo que antes era y no ver nada se ha convertido en más de lo mismo, en una realidad cruda a la que hay que enfrentarse día tras día, como quien se mira en el espejo sucio de las discotecas después de esparcir restos de cena por el suelo. 

Siempre hay un ganador, en todo momento. Pero la cuestión no es quien gane más batallas, si no quien acaba más entero después de la última. Y aquí hay una muy fan de no ganar hasta el último momento, de dejarse pisotear, hasta el punto de no poder más. Eso sí, siempre con una salida de emergencias, un conducto hacia el exterior en caso de necesidad, para poder respirar tranquila sin que nadie más pueda impedírmelo  soplando las nubes negras. Quizás a un punto y aparte, un punto de apoyo desde el cual empezar de cero, sin que nada sea igual. Donde los recuerdos ya no me hagan sonreír como una tonta, hasta darme cuenta de que, en el fondo, duelen. Duelen, y me avergüenzo de ello. Somos piedras, leones que no quieren reconocerlo, y yo no voy a ser quien de el paso. No quiero, no puedo, y ni siquiera estoy segura de que lo sepa hacer. Solo me queda aguantar la respiración el tiempo justo para que no recuerde siquiera el porque de coger aire.

No quiero una segunda parte, un final feliz, una promesa que ya sé que no vas a cumplir. Quiero que todo vuelva al principio, cuando ni siquiera nos hubiéramos dado cuenta de cuando íbamos a apostar, ni cuanto íbamos a perder. Solo quiero volver a aquel diecinueve de junio, abrir la puerta de clase, y que no estuvieras allí. Solo eso. 
Demasiado. 

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