sábado, 22 de agosto de 2015



Que a gusto se está cuando se está a gusto, y que barato nos sale.
Pero, como con todo lo barato y de calidad y de calidez, tiende a agotarse en concepto de existencias. Y de existencialidad. Y de esencialidad. Y ya puede ser por motivos que se nos escapan del poder de las manos, o por algo tan banal como el fin del verano. Y el retorno al día a día. Porque, sin duda, este es uno de los mayores inconvenientes de vivir con los pies en dos mundos distintos: que hacer de puente entre ellos es duro, duele y hace daño; y puede que no salga tan a cuenta como parece ser. Y que, para una vez que aparece algo de calma y cordura en el foco del huracán, en el lugar donde los días son grises y largos, y donde las aceras nos devoran a nosotros a base de susurros, rumores y malas miradas; no quiero marcharme. Sé que voy a tener que hacerlo, pero es demasiado pronto; o demasiado tarde. 
Puede que sea pronto, y todavía sea capaz de pensar con claridad antes de darme cuenta de que marcharme y cerrar la ventana que lleva unos meses abierta, es la decisión más sensata, racional, cómoda y sencilla. Pronto, porque todavía no hay algo más allá de lo que yo ya no pueda ser capaz de controlar; y pronto, porque aún no nos hemos mojado más allá que los pies. O puede que ni eso.
Puede que sea tarde. Tarde, porque ya me haya entregado más de lo que soy consciente, como ya ha sucedido en más de una ocasión. Tarde, porque hay inseguridades que no se curan con el tiempo, y debilidades con valen más que nada. Y tarde, sin duda tarde, porque por mucho que grite y revindique que ya estoy harta del juego, en realidad amo jugar en las grandes ligas. Que más que una relación de amor, es una relación de dependencia por mi parte. Porque yo formo parte del juego, y en este punto él también forma parte de mí; la ventaja que puedo ver, dos años después de mi última colisión catastrófica, es que por lo menos, esta vez soy yo quien dicta las normas, y sé exactamente donde están los límites, donde quiero y debo parar, Y, quieras o  no, después de tanto tiempo, es un gran paso adelante; uno que ya suponía que había dado, pero que, ahora que realmente sé que soy capaz de ello, vale el doble.

Así que, como tantas veces en esta vida, me encuentro mirando hacia atrás en el tiovivo, planteándome si luchar en vano contra el tiempo, a ver si por primera vez en la historia, alguien es capaz de ganarle la mano; ya no hablemos de la partida. Y, pensándolo en frío, sabes que es totalmente imposible; pero siempre va a vivir ese "y sí" en tu interior, ese resquemor de lo que podría haber sido si me hubiera atrevido a saltar en vez de seguir girando al compás del resto. Y no sé que hacer, ni que pensar, ni si tomármelo más en serio, o si seguir riendo detrás de espuma de cerveza.
Lo que tengo claro es que mi jodido momento es el verano, y que el invierno me mata. No sé porqué será, pero ya podría ser al revés. Mi vida sería más tranquila, y tendría más tiempo para decidir si la hostia contra el suelo vale realmente la pena. Porque parece mentira que después de tanto huir y de intentar poner tierra de por medio, siempre acabo encontrando un pequeño hueco en el que acurrucarme cuando vuelvo a casa; en vez de en el puñetero nido en el que llevo dos años intentando que pase a ser mi hogar. 
Y yo ya no sé si culpar al destino, al karma, o a las ironías de quien ha pisado demasiados huevos para hacer poca tortilla. Seré un desastre, o puede que simplemente sea todavía demasiado joven como para valorar lo ridículo de la vida y sus giros sin sentido; que hacen que todo aquello que teníamos asegurado se desmorone en un momento, y encontrar razones para las que seguir girando en la esquina más perdida. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario