Tirarse al agua, en una caída perfecta, de cabeza. Una zambullida, y salpicar lo mínimo. Precioso, con clase elegante. Sin coger aire antes, con el agua aprisionando los pulmones, pidiendo un socorro de oxígeno, volver a la vida. Iluso, eso es vida. Y llegar hasta el fondo, girar, mirar hacia arriba. Y que esté el sol arriba de todo, filtrándose entre la capa de agua, casi pidiendo permiso. Rompiéndose en mil pedazos, cada uno más pequeño.
Sonreír, así, sin aire, debajo del agua. Con dolor, pero mereciendo la pena. Las cosas más bonitas de esto implican casi siempre un poco de dolor, pero de este dolor con regusto a dulce. Que el cuerpo te pide más, cuando sabes que hace daño. Pero te vuelves loca, y solo quieres no parar nunca más. Es duro, difícil de combatir; mucho más fácil asimilar, y disfrutarlo. Y cuando creas que te va a estallar el pecho -y no sabes si de tranquilidad, de placer, o de poco aire-, subir hasta arriba del todo, coger aire en un sola bocanada, y volver a bajar.
Así, sin pensarlo, aprovechando cada segundero. Sentir pequeñas corrientes a cada brazada, un repentino cosquilleo a cada centímetro. Agua, agua, solo agua y tú. Un oasis de calma, de esperanza, solo tuyo. Intentando respirar, sin lograr, sin siguiera hacerlo de verdad. Y una sonrisa, un abrazo por detrás. Dos cuerpos que no necesitan aire, porque se tienen el uno al otro. Suficiente para vivir así. Abrazo de piernas, subidas a tus caderas. Y una sonrisa que deja escapar a un par de burbujas cara la superficie, sin ser testigos del resto de sus vidas. Y otra, una más. Dos, tres, mil. Una carcajada bajo el agua. Y un beso. Ligero, sin prisas, como el maquillaje de una chica que ya sabe que no lo necesita. Breve, un poco intenso, con miedo. Rápido, arriba. Perfecto, sin aire, soñar en medio de hidruro de oxígeno.
Una vez, otra vez, todo un día, una semana. Un verano, por favor.

No hay comentarios:
Publicar un comentario