lunes, 30 de julio de 2012

Out



Y entonces es cuando todo está a punto de estallarte en la cara. Por jugar sucio y no admitir que has ganado, o que has perdido; depende de como se mire. Cuando te das cuenta de que estás dividida en dos: en la que pide a gritos marcharse a miles de kilómetros de aquí, a otro país, cinco horas de diferencia, a susurros en acentos de papel, y a lagrimas que cruzan el charco; y la que se quiere quedar aquí, para que le abracen y le digan que todo va a salir bien. Pero te das cuenta de que no tienes opción, de que es tu corazón contra lo que quieres, debes y sabes que tienes que hacer. No puedes huir de el ciclón, tienes que dar la cara y pelear. Admitir la derrota, el engaño y la traición. Bajar la cabeza y esperar la condena. O simplemente, rezar para que nadie se de cuenta. 

Prefiero la segunda opción. Puede que sea la más cobarde, pero por lo menos así estoy en paz conmigo misma. Quiero el silencio, el total silencio de todos y cada uno de los que estuvieron presentes. Por suerte, muchos de ellos ya están lejos, demasiado lejos. Seguramente, tal y como es el mundo, tal y como somos, jamás los volveré a ver, y solo nos queden abrazos llorosos, recuerdos entre barcos, y sonrisas de puesta de sol en la playa. Y la última noche. Y un sentimiento de culpa enorme, encadenado a otros aires a una muralla, en la que tiempo atrás me escondía. Ahora es el momento de hacer balance, y no saber si realmente mereció la pena. Solo queda rezar, rezar para que todo esto no salga a la luz jamás, o que pase como una simple anécdota, pero que nadie se de cuenta. Que sea de puntillas, despacito, sin hacer daño. Eso es lo principal.
Porque ya no se puede arreglar esto, ya está echo. Pero no me arrepiento, eso nunca. Es una de mis leyes, y no hay que hacerle. 

¿Qué pasaría si ni estuvieras tan lejos? No lo sé, y no sé si quiero saberlo. ¿Porqué escribo esto? Porque quizás así, esto se cierre de una vez por todas, y yo pueda dormir tranquila, sin despertarme pensando en tu maldita sonrisa. 

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