Me pregunto a donde nos estamos llevando, hacia donde vamos, y que esperamos. Simplemente, que alguien me de el porqué de todos los pasas que tendemos a dar a tientas demasiadas veces. Porque no les veo razón de ser, la verdad. Solo seguimos hacia delante, a tumbos, con las manos negras, sin sentido, fumándonos las aceras de las calles que paseamos. Esperando quien sabe que; casi siempre, que nos traten bien, y que, simplemente, no nos hagan demasiado daño, porque ya sabemos que la salvación total es imposible. Nadie sale impune, ni con la conciencia tranquila, de este tropezón. Porque tendemos a hacer lo que haga falta, con solo ganar cinco minutos de gloria en la meta, con una palmadita en la espalda y un "no ha estado mal, campeón". Dándonos por satisfechos con eso, con tan solo poder mirar hacia atrás, ver los cuerpos caídos y poder sonreír, con falso orgullo, por haber conseguido dejarlo todo a las espaldas.
Nos obcecamos en llegar a la meta, al final, sea como sea, sin pensar en que nos deparará allí, solo pudiendo especular sobre razones que, a día de hoy, no entendemos, y que quizás, muchos de nosotros, jamás entenderemos. Por el simple motivo de sentirnos vivos, de autoconvencernos de que valemos algo, que alguien espera algo de nosotros, y que todas y cada una de nuestras cobardes acciones, repercuten en el transcurso del mundo. Cuando, en el fondo, aunque haya teorías conspiratorias entre las altas esferas, o eso nos cuentan, sabemos que no es así; que la transición y translocación recae en manos de cuatro gatos, que comen en lata de atún aparte y reciben al veterinario en casa, con frac y copa de champán añejo en la pata. Sin que podamos usurparles el trono, sin que den la cara, sin que paguen por sus malas decisiones, porque somos sus subordinados. Y siguen dándonos esperanzas, motivos para creer que, en el fondo, todo el peso cae sobre nuestros hombros, sobre nuestras tristes decisiones, sobre nuestro ahorros que, más que otra cosa, dan risa.
Pero lo que nadie nos cuenta, lo que jamás nos han enseñado, es que, lo que realmente importa, no es a donde queremos ir, o donde acabemos. Lo mejor, sin duda, o eso dicen, es el camino que queda por delante. O el que tenemos por detrás; pero mejor, el de delante. Porque nadie lo conoce. Podemos intentar desdibujarlo entre la neblina mañanera, pero es imposible tenerlo sujeto al completo. Porque es capricho, más que esos aristócratas gatunos; es caprichoso, como un niño pequeño que sabe que puede comportarse como quiera; como dos que no entienden ni pretenden hacerlo, escondiéndose entre sábanas tibias y pies fríos. Sin más, bastante simple, para todos los públicos y todos los bolsillos. Pero cada uno, a su nivel, porque cada uno tiene su ideal de futuro, de felicidad carnal y mortal, sin nada más entre medias. Aunque no queramos verlo, y esperemos algo mejor.
Por eso, exactamente por eso, creo que la gente, cuando está a punto de morir, dicen que ven pasar su entera vida por delante de sus moribundos ojos. Porque tienen tanto miedo a que el premio final por una vida de penurias no sea como se lo han pintado, y que se termine todo en esa cama ruinosa, viejo, arrugado, sin vida ni fuerza. Y vuelven, cual oasis divino en medio de un desierto infernal y terrenal, a su glorioso camino, colmado de fortunas y desgracias, pero lleno hasta los topes. Porque no seremos ricos, pero somos riquiños, al fin y al cabo.

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