martes, 24 de diciembre de 2013



Cada cual recibe lo que se merece, ¿verdad? Es así como nos enseñaron de pequeños, en el colegio, cuando estábamos seguros de que nos lo darían todo con tal de portarnos bien; cuando eramos pequeños mafiosos en pañales. Hasta que llegamos a la conclusión de que podíamos conseguir lo que quisiéramos y hacer lo que nos apeteciese al mismo tiempo. Se nos abrieron las puertas del paraíso, nos echaron, descubrimos la pólvora. Aprendimos a mentir, a engañar, a esconder pruebas evidentes de que fuimos nosotros quienes rompieron el jarrón, los que no hicimos los deberes, los que hacen que el pobre perro, sin voz ni voto, cargue con las culpas. Y eso es cuando se dan cuenta de que algo va mal, que si no, es suficiente con esconder las pruebas, callar a los testigos, y negarlo. 
Y lo peor no es eso, lo peor es que crecemos y somos incapaces de pararlo. Eso si, queremos que el resto no lo haga, "predicando" con el ejemplo. Y al final, las cosas se desmoronan. Caen por su propio peso, como se suele decir. Sin que nos demos cuenta, vamos a dar con el canto de la moneda mientras gira, y alguien que realmente ha aprendido, aunque sea a base de golpes contra el suelo, a ser sincero de verdad, te hace darte cuenta de que eres una mentirosa profesional. Un monstruo incapaz de contenerse, de decir la verdad; una devoradora de cuentos de hadas, de relaciones sin dolor ni anestesia, de momentos felices. Alguien que disfruta trabajando para algo, creando algo de donde no había nada; para destruirlo en cuanto pueda. No es la primera vez que sucede, y no tengo claro que sea la última. Me escudo diciendo que es algo que llevo dentro, pero no hay excusa posible. Soy una guarra. Alguien tenía que decirlo. Soy una mentirosa de campeonato, una masoquista del tres al cuarto que aparenta ser más de lo que es. Que lleva demasiado tiempo viviendo en una nube en su propia cabeza, creyendose que es alguien que solo ella imagina; porque, en realidad, no lo es. No soy especial, ni buena persona. No me merezco nada de lo que tenía, pero si todo lo que tengo ahora: nada. No puedo culpar a nadie, si no es a mi misma. Apesto. Básicamente, porque llevo tres meses estancada en el mismo punto de mi vida, cuando ya he estado aquí. Quizás, porque todavía no he sido capaz de asimilar lo mal que lo hice todo; porque, basando en pasado, asumí que las cosas no están hechas para durar, y que, hiciera lo que hiciera, no importaría, porque todos y todo tenemos fecha de caducidad. Pero, ¿qué pasa cuando adelantas la fecha a propósito? 
Pasa lo que está pasando ahora, que no puedes más, te desmoronas, y todo es un lío. Porque no te conoces, ni te reconocen. Estás sin rumbo, perdida, sin hacer nada, decir nada, esperar nada. Simplemente, estás, sonríes, finjes, y, a fin de cuentas, sigues mintiendo. Porque es un vicio, peor incluso que una droga. Es un problema demasiado grande como para soportarlo sola, pero es lo que queda, porque es lo que te has buscado, lo que has elegido para ti.

No sé a quien he odio que, después de que te hagan daño, te toca hacer daño a ti, y así seguirá siendo hasta que llegues a un punto en el que seas capaz de perdonar; pero, sobre todo, de perdonarte a ti mismo. No creo que esté en ese punto, y no creo que sea capaz de llegar hasta él en mucho, mucho tiempo. No soy insensible, por mucho que quiera hacer ver que lo soy, por mucho que la gente se lo crea. Solo que sufro en silencio, como lo he hecho toda mi vida. Por no llamar la atención, por no necesitar nada de nadie, por orgullo. Y, al fin y al cabo, todo se resume a eso. Mi vida entera se puede resumir con esa palabra. Por ser demasiado orgullosa como para hacer las cosas del derecho, por tener la suficiente cabeza como para detenerme un momento, tomar aire, y tomar una decisión antes de que la compulsión la tome por mi. Se supone que eso lo aprendes con la edad, pero se ve que yo, después de todos los palos que he recibido, sigo sin aprender nada. 
Por lo visto, lo único que he sido capaz de memorizar a fuego en mi cabeza ha sido la primera lección: hazlo sin que nadie te vea, borra las pruebas y niégalo, niégalo y vuelve a negarlo. 

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