miércoles, 5 de febrero de 2014


Llevo tres días, catorce horas y veintisiete minutos tirada en el sofá de mi casa, con el mismo pijama y la misma sudadera, demasiados paquetes de galletas a mis espaldas y una botella de agua a medio vaciar a mi lado. Delante, solo tengo una ventana. Y está atardeciendo. Es gracioso que no son ni las seis, y la noche ya está apunto de hacer su aparición.Y es precioso como puedes ir viendo como van variando las tonalidades, tan despacio que parece que no hay cambio aparente, porque cada vez que miras, es distinto. Poco a poco, más abajo, deslumbrando entre las ramas de los árboles, como si no quisiera molestar, pidiendo permiso incluso. ¿Quiénes somos para decirle que no?

Pero la verdad, es que se está acabando el día, y no podemos hacer nada para impedirlo. Todo tiene un principio y, la mayoría de las veces, un final. La mayoría de las veces, el final está más cerca de lo que nos gustaría, para nuestra desgracia. Y te das cuenta de que no has aprovechado nada el día, que lo has pasado tirada de mala manera, como un trapo, engullendo galletas, sola, sin nadie a tu al rededor. Que tenías mil y una oportunidades para hacer de este día algo especial; pero lo has desperdiciado, quizás por vagancia, puede que porque no tienes ni ánimo ni humor para hacer otra cosa. Pero, de todas formas, te consuela el pensar que mañana será otro día; uno mejor, con un poco de suerte.
Porque después de un día perdido, después de que se deje de ver el amarillento calor entre las hojas de los pinos, llega la noche. Noche fría, vacía, solitaria, pequeña, estrecha, incontenible. Noche monótona, noche silenciosa, noche extraña. Noche para echar de menos, noche para pensar de más. Noche en la que querrías desaparecer, o no despertar al día siguiente. O puedes cambiar por completo esa noche, por otra mejor. Pero, a quien vamos a engañar, no hay mucho más que hacer. No queda nadie por aquí, y estás sola No hay nadie con quien compartir el sofá, la cama, o el papel del baño. Se han marchado.

Y, para tristeza, consuelo, o memoria del perdido, lo mejor que puedes hacer contigo misma es seguir en ese sofá, mirando por la ventana, en silencio, siendo el sonido de las teclas el único que te hace compañía. Y esperar. Esperar, si; el caso es ver a que esperas. A que llegue alguien, a que sea un nuevo día, a que llegue la noche. Todo depende, todo es relativo, y nada, absolutamente nada, dura para siempre; y es triste tener que seguir escudándose en esa frase. Pero no es nada más que una de esas verdades incómodas, que nos cuesta confesar, incluso, aunque sea el final del día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario