La vida está hecha para los valientes, y cuanto antes lo asumamos, antes podremos cambiar el ritmo de las pulsaciones y comenzar a respirar más fuerte. Porque hay que tener valor para tomar decisiones a ciegas, para ser capaces de confiar en alguien con tantas o más dudas que tu, y para seguir dando la cara día tras día. Tu mejor cara en la peor de las situaciones. E irse a dormir, y levantarse para seguir este mismo procedimiento día tras día. Sin dejar que las horas nos inunden, ni que las mareas de recuerdos, remordimientos o segundas oportunidades nos arrastren. Porque la cuestión es buscar un punto de apoyo que no nos deje pisar en falso más de la cuenta, y que sepa construir los andamios para acabar creando escaleras. Que ya decidiré yo hasta donde llegan.
Y, aunque haya que ser valiente, también hay que tener algo de sangre fría. Lo suyo sería encontrar un equilibrio entre lo que quieres y lo que te conviene, decantando la balanza hacia aquello que te hace feliz. Y sé que la teoría suena de una manera maravillosa, pero en la práctica es imposible. Complicado. Doloroso. Sobretodo, requebrantador; porque puede ser algo que haga que se remuevan tus principios, tus acciones, tus noches, y hasta tus tripas.
Está claro que para querer, hay que quererse mucho. Pero no es lo único necesario para ello. Porque por mucho que te quieras, que sepas que es lo que quieres, y a quien quieres, el tiovivo no deja de girar. Y o te adaptas a su velocidad, o sigues girando sin control, sin sentido, y dando tumbos contra las paredes. Porque el tiempo, el lugar, y la vida en general siempre van a apostar en tu contra; y más aún cuando eres de palabra difícil y de confesiones con la sinceridad en el puño aún más escuetas. Porque, aunque no tengas ningún problema en asumir verdades, dar la cara, y saber cuando pedir perdón, puede que no seas capaz de admitir en voz alta que es lo que te hace temblar en tus mejores días, y que es lo que realmente te gustaría que pasara. Porque no puede desordenar vidas ajenas cuando la tuya se derrumba por momentos a la primera de cambio.
No sé en que punto estoy, ni en que punto estarás tu. Solo quiero que no haya ningún punto, y darle capetazo al asunto; porque estoy llegando a la ya temida conclusión de que tengo idealizado un sentimiento hacia ti, que en realidad ni fue ni será suficiente como para generar todo lo que provoca cada vez que cruzo el país. O puede que si que lo sea, y que me quiera escudar en la idea de que todo está en mi cabeza, que esa sensación de bienestar de antaño que continua volviendo a mí cuando menos me lo esperoque si por lo menos avisara, podría ponerme a cubierto tiene una razón de ser. No lo sé, porque no lo recuerdo; o no lo quiero recordar, o no le di el valor que merecía en su día, y ni siquiera me molesté en hacer el esfuerzo de capturar los momentos. Y ahora es cuando los necesitaría, para poder distinguir hacia que lado se inclina la balanza.
Sé lo que quiero. Quiero ser feliz, sin medidas y sin frontera más allá de mis clavículas. Quiero confianza sana, horas estúpidas y sábanas blancas colgadas de la lampara. Quiero que la sensación que tengo en el pecho sea real, y no un capricho más de quien no sabe vivir a mil kilómetros de distancia. Quiero que me mire como Leo mira a sus galletas (si alguien no sabe a que me refiero, que lo busque en Google), y sabiendo que detrás de cada mordisquito va a venir uno más, posiblemente acompañado de un suspiro nervioso. Quiero pensar que no soy la única que le da vueltas al tema, y que no sabe porque reacciona como un ser despreciablemente orgulloso en vez de deshacerse en cenizas como lo hace en la intimidad; que así, por lo menos, dejaría ver las señales del tiempo, y no solo una arrogancia fingida y una sonrisa de complicidad que miente sobre lo bien que va todo últimamente. Quiero no tener que enterarme de como sigue girando el tiovivo por terceros, y quiero ser quien hace girar el engranaje. Quiero quitarme el peso de los días, y desnudarme de una vez por todas, para volver a vestirme de algo que no me hunda a cada paso que doy. Quiero suelo firme bajo mis pies, y palabras de aliento que no únicamente provengan de mi madre. Quiero que todo esto me pase contigo.
Sé lo que me conviene. Me conviene alguien que esté cerca, que pueda hacerme saltar cuando las piernas no me den para más. Me conviene algo fresco, sin machacar, que sepa dejarme espacio suficiente como para marcar mi propio ritmo, y no tropezarme por intentar encajar las piezas del puzzle a destiempo. Me conviene buscarme y encontrarte sin dejar que me pierda, y sin preocuparme por si te pierdes sin mí. Me conviene seguir con mi vida, hacer borrón y cuanta nueva, y llevarme únicamente la convicción de que no estoy tan rota como pensaba, y que no destrozo todo lo que toco. Me conviene algo sencillo, simple y cómodo que no haga que me cueste respirar entre borbotones de sangre cuando vuelvo a casa. Me conviene que no me consideren la segunda opción, o la alternativa ideal si las condiciones fueran distintas. Me conviene alguien que luche por mí, pero no en mi nombre. Me conviene que estén ahí no solo cuando todo parece ir bien, y me conviene algo capaz de crearme cosquillas entre los dedos. Me conviene que sepa valorar lo que importa, y no centrarse en detalles absurdos que, en el fondo, nos hacen ser quienes somos. Me conviene alguien que sepa soñar, pero que mantenga los pies en frío. Alguien que sepa apreciar que es lo que tengo, lo que puedo aportar, y lo que puede aprender de mi duendeque no es poco.
Así que no, no sé que haré y no he sacado nada en claro, aparte de que sigo en el mismo bucle cerrado, monótono e insulso desde septiembre. Y que como no sea capaz de salir de aquí pronto, de ser capaz de abrirme no solo para comprobar que las piezas siguen en su sitio o de dejar que me conozcan más allá de la cerveza de contacto, no voy a hacer otra cosa que hacerme tropezar día tras día.
Que tienes razón, que soy una persona increíble, de las que deja tocado al persona, y que por miedo o por orgullo las cosas no se hicieron de la manera quecreo que ambos queríamos que se hicieran. Pero tampoco estamos haciendo nada por cambiar la situación, y no voy a ser yo la que vaya pidiendo ni vendas ni tiritas. No, porque soy yo la que no ha podido seguir adelante, y la que sigue en stand by sin hacer ruido ni platillos cada vez que vuelvo a casa. Yo no tengo que dar el paso, porque ya he expuesto demasiado mis cartas, y ahora es el momento de que alguien las interprete por mí. Ya seas tu, o sea cualquier otra persona que se pare el tiempo suficiente a observar, y se de cuenta de que algo va mal, de que no está todo en calma ni mucho menos, y que hay parar la roca antes de que siga avanzando colina abajo, no vaya a ser que arrase a su paso algo de valor más allá de meses perdidos, noches vacías y labios inferiores mordidos por palabras sustanciales que no se atreven a salir.
Sí, para vivir hay que ser valiente. Y, últimamente, me estoy dando cuenta de que soy muy cobarde en muchos aspectos, cuando me lanzaría al precipicio con los ojos cerrados en otros sin demasiado problema. Para querer, hay que quererse mucho, pero también hay que tener agallas, y yo solo tengo un duende que tintinea sin luz propia, sin magia, y sin fuerzas para volver a levantarse.
Y, aunque haya que ser valiente, también hay que tener algo de sangre fría. Lo suyo sería encontrar un equilibrio entre lo que quieres y lo que te conviene, decantando la balanza hacia aquello que te hace feliz. Y sé que la teoría suena de una manera maravillosa, pero en la práctica es imposible. Complicado. Doloroso. Sobretodo, requebrantador; porque puede ser algo que haga que se remuevan tus principios, tus acciones, tus noches, y hasta tus tripas.
Está claro que para querer, hay que quererse mucho. Pero no es lo único necesario para ello. Porque por mucho que te quieras, que sepas que es lo que quieres, y a quien quieres, el tiovivo no deja de girar. Y o te adaptas a su velocidad, o sigues girando sin control, sin sentido, y dando tumbos contra las paredes. Porque el tiempo, el lugar, y la vida en general siempre van a apostar en tu contra; y más aún cuando eres de palabra difícil y de confesiones con la sinceridad en el puño aún más escuetas. Porque, aunque no tengas ningún problema en asumir verdades, dar la cara, y saber cuando pedir perdón, puede que no seas capaz de admitir en voz alta que es lo que te hace temblar en tus mejores días, y que es lo que realmente te gustaría que pasara. Porque no puede desordenar vidas ajenas cuando la tuya se derrumba por momentos a la primera de cambio.
No sé en que punto estoy, ni en que punto estarás tu. Solo quiero que no haya ningún punto, y darle capetazo al asunto; porque estoy llegando a la ya temida conclusión de que tengo idealizado un sentimiento hacia ti, que en realidad ni fue ni será suficiente como para generar todo lo que provoca cada vez que cruzo el país. O puede que si que lo sea, y que me quiera escudar en la idea de que todo está en mi cabeza, que esa sensación de bienestar de antaño que continua volviendo a mí cuando menos me lo espero
Sé lo que quiero. Quiero ser feliz, sin medidas y sin frontera más allá de mis clavículas. Quiero confianza sana, horas estúpidas y sábanas blancas colgadas de la lampara. Quiero que la sensación que tengo en el pecho sea real, y no un capricho más de quien no sabe vivir a mil kilómetros de distancia. Quiero que me mire como Leo mira a sus galletas (si alguien no sabe a que me refiero, que lo busque en Google), y sabiendo que detrás de cada mordisquito va a venir uno más, posiblemente acompañado de un suspiro nervioso. Quiero pensar que no soy la única que le da vueltas al tema, y que no sabe porque reacciona como un ser despreciablemente orgulloso en vez de deshacerse en cenizas como lo hace en la intimidad; que así, por lo menos, dejaría ver las señales del tiempo, y no solo una arrogancia fingida y una sonrisa de complicidad que miente sobre lo bien que va todo últimamente. Quiero no tener que enterarme de como sigue girando el tiovivo por terceros, y quiero ser quien hace girar el engranaje. Quiero quitarme el peso de los días, y desnudarme de una vez por todas, para volver a vestirme de algo que no me hunda a cada paso que doy. Quiero suelo firme bajo mis pies, y palabras de aliento que no únicamente provengan de mi madre. Quiero que todo esto me pase contigo.
Sé lo que me conviene. Me conviene alguien que esté cerca, que pueda hacerme saltar cuando las piernas no me den para más. Me conviene algo fresco, sin machacar, que sepa dejarme espacio suficiente como para marcar mi propio ritmo, y no tropezarme por intentar encajar las piezas del puzzle a destiempo. Me conviene buscarme y encontrarte sin dejar que me pierda, y sin preocuparme por si te pierdes sin mí. Me conviene seguir con mi vida, hacer borrón y cuanta nueva, y llevarme únicamente la convicción de que no estoy tan rota como pensaba, y que no destrozo todo lo que toco. Me conviene algo sencillo, simple y cómodo que no haga que me cueste respirar entre borbotones de sangre cuando vuelvo a casa. Me conviene que no me consideren la segunda opción, o la alternativa ideal si las condiciones fueran distintas. Me conviene alguien que luche por mí, pero no en mi nombre. Me conviene que estén ahí no solo cuando todo parece ir bien, y me conviene algo capaz de crearme cosquillas entre los dedos. Me conviene que sepa valorar lo que importa, y no centrarse en detalles absurdos que, en el fondo, nos hacen ser quienes somos. Me conviene alguien que sepa soñar, pero que mantenga los pies en frío. Alguien que sepa apreciar que es lo que tengo, lo que puedo aportar, y lo que puede aprender de mi duende
Que tienes razón, que soy una persona increíble, de las que deja tocado al persona, y que por miedo o por orgullo las cosas no se hicieron de la manera que
Sí, para vivir hay que ser valiente. Y, últimamente, me estoy dando cuenta de que soy muy cobarde en muchos aspectos, cuando me lanzaría al precipicio con los ojos cerrados en otros sin demasiado problema. Para querer, hay que quererse mucho, pero también hay que tener agallas, y yo solo tengo un duende que tintinea sin luz propia, sin magia, y sin fuerzas para volver a levantarse.

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