sábado, 12 de abril de 2014



Se ha acabado, por fin, la ciclogénesis explosiva en la que se ha convertido mi entorno entero durante las últimas semanas. Y no sé si se ha acabado para bien, o para mal; solo sé que se ha acabado. 
Y, llegados a este punto, en el que solo queda desolación, las casas caídas, los barrizales que amenazan con devorarnos en cuanto les demos la espalda; solo queda hacer recuento de los daños. De los sacrificios que hacemos esperando que algún día sean recompensados, y que seguiremos esperando el resto de nuestras vidas, según dicen. Porque, en nuestro afán indiscutible, en nuestro intento de superarnos interiormente, ponemos demasiado en juego. He llegado a esa conclusión; estoy arriesgando demasiado, sin tener nada sobre seguro.
Demasiado tiempo, demasiado dinero, demasiadas noches encerrada en la biblioteca, demasiada paciencia, demasiado pelo, demasiado café, demasiados nervios; demasiadas relaciones. Porque, si algo tengo claro, es que lo único que he ganado desde que esto ha empezado ha sido una soledad total e inigualable, que te perfora sin pedir permiso cuando te das un pequeño respiro. Que te azota cuando se te cierran los ojos y piensas que no puede más, que te arropa cuando tienes demasiado calor. Te asfixia, te descompone, te hace esclava y sumisa de su pequeña dosis diaria. Hasta que eres inmune, o eso te crees; por lo que hace, en realidad, es adaptarse simbióticamente para poder sobrevivir de ti, no contigo. Alimentándose de pequeños gestos, de cosquillas de benzeno, de sonrisas descaradas entre sulfúricos, de fantasías que buscas fijar en la realidad, porque no tienes nada más a lo que agarrarte, para que no puedan llevarte por delante. 

Es irónico que, en la ciudad más grande de España, alguien pueda sentirse tan solo, y más cuando se pasa el día rodeado de gente. Gente con prisa, que se preocupa por como llevas preparado el examen, que se marchan en cuanto suena el timbre. Porque son gente laboral, nada más. Yo echo de menos a otro tipo de gente; al tipo de gente que espero poder volver a ser algún día. Gente que viene para quedarse, que te espera, que te ayuda a tomar aire, pero sobre todo, a suspirar. Gente que no espera recibir nada a cambio, que no notas su presencia, porque no pesa. Gente ligera, gente hecha de lluvia matinal que se alarga en el espacio tiempo más de la cuenta. Vivo en un polo opuesto al que he nacido, y estoy en una emisora distinta. No sé como adaptarme a esto, ni que hacer para no hacerlo. Porque tengo que cambiar, pero no quiero. No puedo, pero necesito. Y, manteniéndonos así, no conseguimos nada. 
Lo único, acostarnos una noche más con la soledad, temblando, esperando que esta noche nos de tregua, porque ha sido un día muy largo o porque, tan solo, necesitamos estar con alguien en silencio, durante unos minutos, para poner en orden el caos que se está empezando a introducir en tu interior sin que nadie lo busque, ni lo llame. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario