viernes, 11 de noviembre de 2011

Tiritas de corcho mojado.


Tengo miedo. Sí, mucho miedo; miedo del que te nubla los sentidos y hace que no pienses con claridad. Ese que hace que te quedes helado, en el sitio, sin saber que hacer, mientras pasa por tu espalda un escalofrío casi glacial. ¿Sabes de lo que hablo? Si es así, sabes que esto pasa porque en el fondo de ti, hay algo que te dice que ya no hay vuelta atrás.
Dicen que es una de las sensaciones más bonitas que puedes vivir, porque sabes que es de verdad, y que el resto sobra. Ya, hasta ahí puedo incluso llegar a comprenderlo, pero ¿qué hay de cuando se acaba, cuando ya no queda nada entre vosotros? ¿Borrón y cuenta nueva? En serio, nadie es capaz de eso, aunque intenten levantar la cabeza y digan que sí. Yo no me lo creo, porque donde hubo algo, siempre quedan cenizas, aunque sean pequeñas. Sabes perfectamente que no podrás mirarlo a la cara como antes, ni que estar a solas significará lo mismo.

Solo queda esperar a que cierre la herida, en silencio, sin hacer demasiado ruido, para no despertar a los recuerdos. Y por más que intentes cerrarla, más lo recordaras. No la tapes, es mejor que cure al aire; no intentes buscar en otro lo que encontraste en él, es peor.

Así que sí, tengo miedo. Miedo a que no me lleguen las tiritas para tapar la herida (*si, había dicho que es mejor no taparla; pero soy demasiado cobarde para enseñarle al mundo lo que perderé). O, si me llegan, que me hagan más daño del que hace la propia herida.

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