lunes, 4 de abril de 2022

 

 

Siento que estoy retrocediendo. Que estoy volviendo a sentirme más joven, sin sentirme más pequeña. Que estoy volviendo a los callejones sin salida en los que me meto yo sola, por el simple hecho de seguir mariposas y polillas en la noche. Que vuelvo a sonreir como hacía años, con la esperanza de quien sabe algo sin conocer mayor territorio que el avista su nariz. Que todo es nuevo, sin dejar de ser familiar. Que, en definitiva, en cierta manera, siento que estoy volviendo. Que son sensaciones, son momentos, son miradas sin pretenderlo. Es sentir de nuevo el ego, la caza y la lucha entre lo que creo querere y lo que realmente quiero.

 Y, aunque realmente estoy sintiendo que estoy avanzando a pasos agigantados hacia la boca del lobo, hacia la única situación en la que juré no verme metida, y que quizás (y en el fondo espero, o eso creo, o eso depende del momento del día en el que me preguntes) solamente esté sucediendo en mi cabeza; no quiero parar. No quiero freanr. Aunque esté empezando a vislumbrar la pared de ladrillos, sigo corriendo, con los ojos cerrados y las manos detrás de la espalda. Como hacimos primaveras atrás. Y, casualidades de la vida, ahora es primavera. Y estoy lejos. Y siento que la corriente me está alejando de la deriva, que estoy teniendo que empezar a orientarme por mi misma, y todo lo que conozco está llevándome hacia el mismo sitio. Y, aunque todavía es demasiado pronto para asegurar nada, no sé si estoy viendo un oasis en mitad de la nada o si simplemente estoy construyéndo casillos de aire; pero quiero creer que pienso que veo algo. Y es ahí, justo en ese punto dulce, en el que no sé si quiero que haya o que no haya algo. Que no sé si simplemente prefiero que esté en mi imaginación, o que mi sospechas sean reales. Que me estoy encontrando a mi misma ideando escenarios imposibles en mi cabeza, con el corazón en otra parte, y los sueños llevandome en dirección contraria. Que no sé que es lo que significa todo esto, pero quiero descubrirlo. 

Eso es lo único que tengo claro ahora mismo, y en lo que creo que hemos mejorado desde la última vez que se nos empezaron a despegar los pies del suelo: que ni me voy a reprimir, pero no me voy a dejar llevar. No quiero mirar atrás y darme cuenta de que lo que realmente me pedía el instinto y las entrañas lo he anulado, cuando no me merzco nada menos que todo lo que pueda conseguir. Pero no me voy a tirar al vacío, sin saber si hay agua debajo, sin paracaidas, y sin plan de emergencia. Los años, los daños y las hostias de realidad nos han enseñado a tantear el agua con la punta del pie, a calcular los riesgos, a dejar pasar trenes sabiendo que mañana podremos coger aviones. Y me parece que es lo más honesto y lo más real, e incluso lo más leal que puedo hacer. Porque esto implica que no sirve de nada prometer si eso implica encerrarse y olvidarse de uno mismo; pero que todas las promesas significan algo. Que la distancia no dejada de ser lo que es, y que las cosas cambian, y que hay que adaptarse. Pero que el ancla está echada porque eso es lo que me piden los muslos, y que siempre puedo volver a mi lugar feliz tantas veces como lo necesite. Hasta que llegue el día en el que, quizás, me planteé cerrar con llave y no mirar atrás. Pero, si eso sucede, sé que quiero ser justa, quiero rendir cuentas, hacer justicia a todo lo que he vivido y compartido. Si sucede, que ni creo ni quiero, estoy preparada. Y, si me hubieran preguntado hace semanas, me hubiera desmoronado como un castillo de naipes. Pero está yendo todo muy rápido, y cada día me siento más segura y menos pesada en las pestañas. Y eso quiere significar algo.

Y estoy tan orgullosa de todo lo que estoy consiguiendo, de todo lo que estoy sintiendo. Esto era lo que llevaba tantos años necesitando. Pero lo que no sé, y necesito descubrir, es porque ha vuelto esta sensación. Si es por la persona, o por el lugar. Si es por empezar de cero, o por dejar todo atrás. Si es reultado o consecuencia. Sea como sea, quiero aprovecharlo. Quiero seguir respirando a pecho hinchado, temblar a piel desnuda, correr y gritar y ser todo sin ser nada más que lo que siempre he sido, sin saberlo. Y me quiero quedar ahí, suspendida sin tocar el suelo, sin llegar al techo, unos segundo más. Porque sigo corriendo a través del callejón, y  los ladrillos están recién encerados. Y se viene. Y ya me sabe la boca a sangre pero, ¿cómo negarme a la velocidad? ¿Cómo frenar en seco, si jamás me lo perdonaría?

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