¿Por qué, cuando nos sentimos a gusto en una situación, o con una persona, en un momento dado, tenemos es necesidad de expresarlo, aunque no sea necesario y esté totalmente fuera de lugar? Llámalo alergia a los grandes momentos románticos merecedores de cartel de película, pero ese mundo no está hecho para mí. No digo que sea algo imposible que me acabe encandilando de esas ñoñerías y pasteladas que me acabarán produciendo una diabetes, pero por ahora no surgen el efecto que se supone.
Me considero alguien de amor duro; que lo aprecia, lo respeta y espera encontrar a la persona que también sepa vivir con ello sin dolor. Así que si estoy en un momento que debería dar de si algo más, o eso es lo que espera la sociedad; soy de las que lo deja marchar por donde ha venido. Y no va a mirar atrás. Eso sí, en cuanto pretendas que lo quiera apreciar, lo voy a machacar. Así que si te estoy llamando "cabrón" justo antes de que te inclines para besarme, no es porque en verdad lo piense; es porque la tontería consumista del momento me estaba desgarrando las entrañas. Bueno, en el fondo si que lo pienso un poco. Eres un poco cabrón, y lo sabes; así que dejemos de hacernos los ofendidos, porque ambos hemos estado ahí. Y en el fondo, no somos tan diferentes. Hemos crecido con unos valores parecidos, hemos querido aparentar más de lo que somos, y somos unos verdaderos hijos de puta. La diferencia es que yo he dejado de aparentar hace tiempo, y que solo hago daño antes de ser herida en determinados momentos, como cuando pretenden que me desvanezca y deje caer esa capa de arrogancia mezclada con orgullo que llevo por bandera.
Pero, en el fondo, no somos tan diferentes.
Y lo que, por lo que conozco o creo conocer o recordar, tu también eres una de esas almas rotas que vaga por las noches recogiendo pedazos, rememorando glorias perdidas, y seres queridos. Tu también pides, aunque sea con ojos llorosos que nadie puede ver en los momento en los que la debilidad está tan a flor de piel que hasta se puede oler, poder dormir con alguien al lado. Aunque por el día digamos que lo odiamos. Porque, por lo menos yo, echo de menos el sentir calor en mi espalda cuando no puedo más conmigo misma, pies fríos y respiraciones entrecortadas. Porque esa, sin duda, siempre será, y siempre ha sido -aunque no siempre lo admita- mi pequeño capricho y mi pequeña debilidad secreta.
Y lo peor, o puede que lo mejor, es que no es la primera vez que dejo que conozcas esa faceta de mí. Lo que pasa es que, casi dos años después, tenemos la madurez o la fuerza de voluntad de admitir todo lo que está pasando. Admitiéndolo a medias, claro, porque jamás acabaremos de sacar todas las capas, por siempre dejar una pequeña pizca de integridad y de misterio para nosotros mismo. Y puede que hagamos eso porque, en el fondo, tenemos miedo de que la realidad sea demasiado devastadora como para querer tocar fondo con nosotros. Pero, eh, yo lo entiendo. Yo tampoco querría eso para mí, pudiendo tener la tranquilidad. Porque, ¿quién querría un huracán pudiendo tumbarse en la playa una mañana de verano sin viento? Porque lo fácil es cómodo, y lo terrible, desordenado y caótico no siempre es entendido como una virtud. Porque tampoco lo es, pero no está tan mal. Pero hay que aprender a vivir con ello, y si alguien va a hacerlo, debe atenerse a las consecuencias, sin la garantía de que el beneficio acabe mereciendo la pena.
Pero, por lo menos, esta vez casi vamos de frente, con casi toda la verdad por delante, y sin casi pelos en la lengua. Que no es mucho, pero puede que acabe siendo un paso. Aunque nadie lo entienda, y aunque solo nosotros, por ahora y esperando que así sea, lo compartamos.

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