El fin del principio ha llegado, y nos espera el mejor de los tiempos, que puede acabar convirtiéndose en el peor de los pecados, dependiendo de como se nos tuerza la fortuna. Porque hay momentos en los que los instantes pueden llegar a congelarse en pequeñas motas de polvo, o en cataclismos dispuestos a devorarnos, como castigo casi divino por no querer adaptarnos. Y así, cuando todo aquello que creímos que jamás lograríamos llega a su fin, no sabes que hacer con tus huesos; donde caerte muerto, o donde morir al caer.
Porque acabar, no siempre es bueno. Acabar implica empaquetar, cerrar con doble vuelta el cerrojo, y marcharse con paso digno a la estación del ferrocarril, maleta en mano y chaquetilla sobre el la espalda, no vaya a ser que refresque el julio mediterráneo. Acabar es volver; es volver a darle cuerda al reloj, haciendo que se descongelen las manecillas que llevan paradas desde septiembre. Acabar es enfrentarse a los errores y a las historias inacabadas que se perdieron en el camino; acabar es dar dolorosas explicaciones que no tiene porque ser necesarias, o al menos para mi.
Acabar, cariño, es volver a verte. Acabar es respirar con miedo caliente antes de sacarme las gafas de sol, porque no sé cuando doblarás la esquina. Acabar es desviar la mirada al entrar en cualquier sitio, buscándote con el anhelo que llevo meses inhalando sin descanso, esperando que llegue el momento en el que no necesite el colocón para volver a sentirte. Acabar es volver la vista atrás, y recordar. Y recordar es morir, en parte de su totalidad, o en la totalidad de su parte. Porque pensar que podríamos haber tenido el mar, hemos decidido conformarnos con un vaso de agua. Del grifo. Y lo he decidido yo. Así que, sin duda, acabar es empezar a perdonarme, o por lo menos, pensar en hacerlo de una vez. Porque ya estoy cansada de luchar por mis errores, cansada de defender a una joven e inmadura versión de mi yo actual, que dejaba que sus impulsos actuaran por ella, en vez de respirar fuerte antes de tomar una decisión. Y este ha sido el año de las decisiones.
Acabar, de nuevo, es decidir. Acabar es una nueva oportunidad entregada en forma de hoja en blanco, y las horas son tinta diluida dispuesta a ser aniquilada. Así que, de momento, solo nos faltan las palabras. Tanto las mías, que se escapan en miradas que no llegan a ningún sito, como siempre hacíamos; como las tuyas, que ya no recuerdo a qué suenan -y menos a que saben- o a cómo -o a qué-miran. Acabar es desquiciar. Acabar es adrenalina en formato ahorro, dispuesta a ofrecerte todas las posibilidades y a darte una única oportunidad para ganar el gran premio. Sin que sepas cual es, o cual te gustaría que fuese.
Acabar es peor que empezar. Porque, viendo como ha costado empezar, el dolor que conlleva acabar no creo que esté permitido experimentarlo... a no ser que seas una hija de puta (mamá, te quiero).

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