lunes, 23 de junio de 2014




Dicen que, todos, en alguna otra vida, hemos sido una persona o un ser totalmente diferente al que somos ahora, pero con algo que nos permita reconocernos al instante. Una chispa que no se aprecia a simple vista, y que tan solo puede ser conocida por uno mismo después de años y años de tropiezos, caídas, recaídas e hundimientos masivos de lo cuales nadie contaba que salieras con vida. Pero al final, todo vuelve al mismo punto, y te recompensarán por ello, como ya han hecho antes y harán la próxima vez. Hay quien lo llama karma: "lo que hayas hecho en otra vida, volverá a ti en esta; así que a ver que haces ahora, porque has de tener presente lo que quieres en el futuro".
Así que, como todavía no ha llegado ese momento en mi vida, aunque lo vea demasiado cerca, he llegado a una conclusión. No creo que sea rotunda ni, mucho menos, precisa. Pero después de estos nueve meses de aviones, kilómetros, autosatisfacción y soledad parcial, mientras dejaba que los asuntos pendientes se fueran arreglando solos, o que por lo menos lo intentaran; puedo decir que estoy cerca de conocer esa esencia que ha marcado mi pasado, mi futuro, y que, sin duda, está marcando mi presente. Una manera de ser, de entender el día a día, el respirar y el latir que no es compartida por todo el mundo; pero que, en el fondo de ti, esperas que sea compartida por alguien, sea quien sea, para poder amoldar esas dos maneras de conocimiento a la par. Porque vivir es conocer, y, llegados a este punto, no quiero conocer sin ti (sin mi, sin nosotros).

Soy una pantera, Una pantera negra. Una pantera negra silenciosa, astuta, desconfiada, elegante, invisible demasiadas veces. Camaleónica sería la palabra, y letal cuando la confianza está ganada. Soy una asesina en serie, una terrorista cansada de tirar bombas con fundamento y con falta de objetivos. Soy una coleccionista de perfumes elaborados con mis propias victimas, como en aquella película que no recuerdo haber visto. Soy una pantera negra orgullosa. Demasiado orgullosa, que siempre camina con el rabo erigido aunque al rededor esté lloviendo torrencialmente, porque siempre está alguien mirando, y no nos podemos permitir bajar la guardia. Eso sí, cuando la selva este tranquila, me tumbaré en la rama más alta, a mirar los silencios y respirar la cordura, en busca de algo de serenidad y de amor propio. Porque si no es propio, no nos queda nada más. Porque ya he acabado con todo lo que podía quedar a mi alrededor, y sigo con sed de más. De más, y de distinto. Porque las panteras, como el resto de los seres andantes y danzantes, tienen un límite; un límite racional, en el cual se dan cuenta de que las cosas hace demasiado tiempo que se han escapado de tu zona de control, y que siguen su propio curso.
Y que tu, sin darte cuenta, sigues estancada en un recuerdo. Que no es más que eso, un sucio y triste recuerdo revivido tantas veces, que tiene tintineo de cuento idílico. Hubo un tiempo en el que, gente a la que admiraba, me llamaba la "chica sin roturas". Completa, redonda, rotunda. Temible, en muchos aspectos, y siempre orgullosa. Y ese orgullo me rompió, me corrompió y me volvió a romper. Hasta límites que no son comprensibles ni asimilables de momento, y dudo que lo lleguen a ser jamás. Un orgullo ciego, que hace tomar por enemigo al propio sentimiento. Un orgullo capaz de llevárselo todo, al considerar que él era el único él que necesitaba. 

Y esta pantera, sinceramente, está harta de levantar la cola, si no tiene quien la levante por ella; y de susurrar palabras de aliento a unos oídos demasiado cansados de no querer admitir que nadie fue capaz de luchar por ella, ni ella fue capaz de luchar por nadie más allá del último ring, y de último KO.  

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