miércoles, 7 de marzo de 2012

Paremos el tiempo.



No hay límites ni fronteras geográficas. Solo nuestras propias repulsiones a ser como somos, actores de paso por el escenario, durante quien sabe cuanto tiempo, esperando aplausos al final de la gran actuación, y recibiendo -¿quién sabe?- tomates viejos. Somos máscaras de la sociedad, dispuestas a ser grises para no llamar la atención; pequeños puntos grises que dicen ser originales por la ropa que llevan, la sombra de ojos, o las gafas de pasta. Consumistas insaciables de ocio, placer, lujo, no más allá de lo que alcanza la tarjeta de descuento. Perversos idealistas de rebajas locas, botellas de alcohol baratas, noches de callejones oscuros. Queriendo ser únicos sin salir del patrón, de donde cortan las modistas para hacer iguales, exactamente iguales que al anterior.

Pero aún así, nos sentimos libres, ¿porqué? No hay razones para ser libre, es más, es horrible. Sin rumbo, sin dirección trazada, sin saber que habrá detrás de cada esquina, que ocurre después. Quien susurra detrás de la cortina, o que hay al fondo del pasillo oscuro. La libertad da miedo, y es cara. Libres dicen ser los ricos en sus coches con piscinas de dinero y modelos de lencería, que coño. Así que para el resto de los mortales, nos queda buscar nuestra pequeña libertad, que no asusta y que no sale tan costosa, en los detalles del día a día. Café o leche. Pantalones o vestido. Ciencias o letras. Niña o mujer. Estudiar o, bueno, estar en el paro. Son nuestras opciones, que tampoco nos cambian la vida, ni mucho menos el transcurso de la humanidad. Pero son nuestras, solo nuestras y de nadie más.

-vivamos el momento. 

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