Según este espacio del internet, el 2023 no sucedió, y gran parte del 2024 tampoco.
Si me hubieran preguntado hace unos años si hubiera sido capaz de no escribir aquí durante un año, me hubiera reído. Que decir de casi dos años. Y hubiera sido una risa ingenua que me deseo todos los días, que hubiera implicado que no sabría que es lo que está sucediendo. Que no se imagina que puede pasar en la vida, en la rutina, para no tener tiempo para sentarse y escribir. O no tener el valor para hacerlo, para cerrar el mundo que la rodea para simplemente ser, canalizar, y sentir. Y al final ahí es donde reside la cuestión de lo que ha sucedido estos años: no tener valor para sentir.
Porque si lo hiciera, tendría que enfrentarme a las consecuencias. Y hay momentos en la vida, en el día o en las horas, en los que una no está preparada para enfrentarse a las consecuencias de lo que se ha hecho, de lo que ha permitido hacerse. Que la responsabilidad es mía, más que de nadie ni de nada más. El abandono que me he hecho durante los últimos años, en casi toda mi veintena, ha repercutido en que poco a poco me haya ido apagando. Y he pasado los últimos dos años reconstruyéndome. Me sonrío pensando en la retórica cansina y machacona que utilizaba durante tantas y tantas tardes de Florence y teclado, hablando sobre como me construía para reconstruirme (déjame destruirme, que me estoy construyendo). E igual hacer ese proceso de manera metódica y repetitiva fue lo que me salvó de hundirme y ahora tener que reconstruirme pedazo a pedazo, piedra a piedra, año tras año. Que las destrucciones pequeñas que sentía inmensas no han tenido nada que ver con el cataclismo que cayó sobre mi cabeza. Y puede que siga aquí porque todos estos años en los que caía y me levantaba me hayan enseñado a encontrar la manera de hacerlo, de como detectar las señales en el camino de subida. Antes, la versión a la que llegaba tras volver a construir sobre mis propias ruinas era siempre (o casi siempre) una versión mejorada, más veloz, más afilada, de quien era antes. Y ahora, tras años en este proceso, he llegado a una persona diferente. Ni mejor, ni peor, sino completamente diferente.
Años atrás, otro tema con el que me llenaba la boca y las tardes era sobre el duende o como quisiera que lo llamara de aquellas. El tener algo que resuena en las entrañas, que retumba contra las costillas, que no te deja dormir, que te araña desde dentro pidiendo salir, que se engancha en las caderas. Y estoy total y completamente maravillada con la fijación que tenía en encontrarlo, en reencontrarlo, estación tras estación, como síntoma de que todo estaba bien, de que volvía a ser quien era. Ahora, no hay nada. No hay inquietudes, no hay peligro, no hay sensación de ahogo, de incertidumbre. Porque puede que lo que antes consideraba que era inspiración, lo estuviera confundiendo con ansiedad. Que le haya cambiado el nombre. Que lo que antes mitificaba como algo interesante y diferenciador, no fuera más que una manera desesperada por encontrar el perfeccionismo enfermizo con el que me he criado y que he seguido alimentando. Lo que nos gusta romantizar una enfermedad mental crónica, oye. Pero también, lo que nos gusta crear un imperio gracias a ello, una personalidad, una manera de ver la vida a través del único prisma que hemos encontrado. Y la manera que tengo de seguir pensando que aquellos tiempos, eran mejores. Porque hay días, como los de hoy, en los que cualquiera cosa sería mejor este vacío que siento en mitad del pecho. Esa rutina inquietante que se repite prediciblemente, que agota mis horas sin saber como se suceden una tras otra, que me arruga las comisuras de los labios y me hace cada vez más débil y blanda. Que siento que cualquier ruido, por pequeño que sea el eco que pueda resonar en mitad de mi ser, sería mucho mejor que este conformismo al que todavía no me he adecuado a vivir.
Porque no es que las cosas sean mejores ahora, sin tanto ruido, e intentando continuar sanar viejos hábitos. Son diferentes, y todavía no sé que pienso sobre ello. Entiendo que es lo que me dicen sobre lo que estoy dejando atrás, y que es a lo que estoy intentando llegar; no soy tan masoquista, aunque no podemos negar los años y años que tengo a mis espaldas de ponerme la zancadilla a mi misma para poder demostrarme que puedo levantarme. Y entiendo la teoría detrás de este camino. Lo que me está costando aceptar es esta nueva personalidad con la que me he encontrado, esta persona que nunca he sido pero que es lo único que me queda. Que no sé como aceptar, como querer, como valorar cuando sigo mirando al pasado con ojos tiernos. Y es lógico, ya que es imposible que recordemos con detalle como eran las cosas antes, y que solo tengamos imágenes de nuestros mejores momentos, y que los cortes que recibíamos duelan mucho menos, porque casi no se ven las cicatrices. Supongo que un adicto nunca deja de serlo, y que tiene tendencia a volver a lo que le hacía vibran antes, a las esquinas oscuras donde podía encontrar lo que antes vanagloriaba llamando duende. Pero entiendo que hay que encontrar otras maneras, otras razones para seguir caminando.
¿Qué vamos a hacer? Supongo que un buen camino para empezar es escuchar y decidir que es lo que quiero. No siempre tenemos la oportunidad de convertirnos en un lienzo en blanco, de volver a comenzar, sin ataduras, porque lo hemos perdido todo de nosotros. Supongo que esta ha sido la verdadera reconstrucción de la que tanto y tanto he hablado, y que por fin parece que está terminando. Puede que todos mi anterior versión haya sido la preparación de los cimientos, que estos dos años haya sido la verdadera reforma, y que ahora nos hayan entregado las llaves. Que falten cosas por pulir, ventanas que cambiar, juntas que sellar; y que el espacio se sienta vacío, impersonal, muerto.
Escribir de esta manera siempre me ha hecho abrir los ojos, ser positiva con lo que viene. Llegar a una conclusión que me haga dormir mejor los viernes por la noche. No creo que sea casualidad que hoy haya tenido la necesidad de ponerme a Florence a todo volumen y recordar la contraseña de este blog. No lo creo, no lo creía entonces ni lo creo ahora. Puede que no todo haya cambiado. Esto es una oportunidad. No para volver a ser quien era, ni una versión mejorada de lo que he dejado atrás; sino una oportunidad única, que nunca he tenido ni nunca me he dado. Para ser quien cojones quiera ser. Y no tengo ni puta idea de quien es esa persona. Pero, lo bueno de haberme abandonado por completo durante tanto y tanto tiempo, es que hay muchas cosas que han dejado de importarme. Y no saber quien soy, es una de ellas. Lo que antes me daba tanto pánico (no poder definirme, no ser importante, no ser interesante), me da absolutamente igual. Pero sé que no quiero ser gris, no quiero estar vacía; y no creo que pase nada por no saber de que color voy a pintar las paredes, con que quiero llenarme y empaparme. A donde me va a llevar todo esto
Puede que sea la versión más libre que he sido jamás, y la más vacía. Y puede que por ello esté en mi punto más interesante, porque no tengo absolutamente nada que contar sobre mí. Porque todavía no existo, todavía no me conozco.
Puede que todo esto vaya a comenzar a suceder de nuevo.

No hay comentarios:
Publicar un comentario