jueves, 6 de septiembre de 2018

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En estos veinti-y-muchos años de vida, he aprendido tres cosas que me llevaré escritas en la carne hasta que me haya consumido por completo:
Somos nuestro peor enemigo
El control sobre nuestra propia mente es un equilibrio muy fino
No somos tan importantes

Y esto, ¿a santo de qué viene ahora? Pues porque la historia reciente de nuestro respirar, las cosas se han torcido. He mordido polvo, cuando llevaba meses convencida de que estaba en lo más alto. Pero llego la realidad y, en su curiosa manera de hacer y deshacer el presente, me hizo volver a poner los pies en la tierra. Y la boca en polvorosa. Y replantearme hasta las entrañas. Y volver a murallas abandonadas, a castillos oscuros llenos de telarañas, y a pesadillas que creía superadas. Pero no. Porque, mal que nos pese, todo es cíclico. Y somos de mentira, de carne barata y hueso frágil, aunque nos creamos fuertes y poderosos. Afortunados. Cuando, en verdad, la suerte no existe. Ni el destino. Existimos nosotros, y de momento.

Pero tenemos la mal costumbre de creernos que el mundo gira a nuestro alrededor, y que siempre nos va a dar las cartas que necesitamos para ganar la partida. Nos creemos que somos alguien, cuando somos uno más de cientos de miles de millones que siguen pensando que somos importantes. Que somos los elegidos. Las estrellas de la película. Que todos y cada uno de nosotros vamos a triunfar, a estar sanos y a morir en una cama de plumas de faisán rodeados de nuestros seres queridos, que aún encima nos recordarán como grandes y bellísimas personas. Y siento decirlo que seo no lo ha conseguido nadie, porque es irreal.
Tenemos esa idea de que podremos lograrlo todo, ser quienes queremos ser, que trabajando duro y  dejándonos la vida en ellos, podemos conseguir lo que sea que deseemos en nuestras entrañas. Por el mero echo de desearlo. Como si fuéramos dioses, como si tuviéramos el control de algo, como si fuéramos inmortales. Y esto es la mayor tortura que nos hemos inventado. Porque somos fantasías hechas realidad por caprichos del día a día y fluidos corporales. Porque vivimos sorteando a la muerte y a los desafortunios día tras día, sin valorar lo que eso implica, y preocupándonos por memeces que ni están en nuestras manos ni son tan importantes. Porque en cualquier momento este viaje se termina, se apagarán las luces y no habrá nada después. Ni frío, ni luces, ni nada esperando por nosotros. Porque todo eso, de nuevo, nos lo hemos inventando para no tener que enfrentarnos día tras día a la cruda realidad de que, en el fondo, no somo tan importantes. 

También me gustaría hablar de porque somos lo peor que nos ha podido pasar, como nos torturamos por dentro y no dejamos de aferrarnos a culpas que, a pesar de todo, no son nuestras. Como nos sentimos pequeños después de una gran decepción, sobretodo cuando es el mundo el que te está dando todas las indirectas para que te des cuenta de que no eres suficiente, no eres especial, no eres nadie y te lo creías todo. Como esa misma voz que te ha alentado a escondidas durante tanto tiempo, haciendo que imaginaras futuros alternativos en los que lo tenías todos, y eras todo lo que siempre habías soñado, es la misma que se encarga de hundirte en el barro hasta límites insospechados, de clavarte las dagas en el pecho y anudarte una piedra en el tobillo, para asegurarse de que te mantiene allí donde quiere mientras continúa leyendo todos y cada uno de tus miedos.

La cuestión es ser capaces de salir de ese círculo vicioso; y para ello, lo mejor es asumirlo. No, no y no. No eres, no serás. No esperes, y así recibirás. No anheles, y así no tendrás que volver a pasar por esto. Acepta las cosas tal y como son, como vienen, sin esperar más ni contar con nada, y abraza a lo que venga y descarta lo que no aparece.

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